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El porte casi inglés del distintivo profesor cuyo traje tipo frac oscuro le hacía ver más un mesero que un profesor, entró con una actitud condescendiente que hacía quedar a la grosera versión con la que recibió al detective como un recuerdo del pasado. Intentó saludar de mano y como a César le disgustaba el contacto físico, solo correspondió levantando su sombrero con una carente emoción.

―Bienvenido, señor profesor, le pido que se siente―lo animó.

―Muchas gracias, mi buen detective―enérgicamente se sentó.

― ¿Sería tan amable de decirme su nombre, ocupación y dirección?―no se había sentado aún.

―Cómo no. Euquerio Guerrero, profesor y rector de la honorable Universidad de Guanajuato, vivo en...―titubeó un poco en la contestación, como si no supiera dónde vivía―. Calle Oro número cinco.

― (Una actitud muy animada para alguien que acaba de perder a un ser querido, presionaré por ahí) Seré muy breve y espero que colabore con la misma animosidad para todo.

―Con mucho gusto.

―Quiero que me cuente su experiencia en la segunda noche de incidentes. ¿Qué pinta usted en esta investigación?

―Soy el titular, el hombre más importante, fui elegido para inspeccionar todos los movimientos de nuestro influyente huésped y llevar los reportes diarios a la universidad.

― ¡Pare su carro!―ordenó César y esa interrupción hizo enojar al profesor―. Si eso es cierto, ¿por qué se ausentó el primer día?―su aire egocéntrico salió a reducir y sonrió poniéndose ambas manos en la cintura. Su oyente tuvo un ligero tic nervioso en el ojo.

―Tenía asuntos familiares que atender―dijo Euquerio con su animosidad intacta.

― ¿Quizá robar momias?―soltó secamente la pregunta.

―Insinúa usted que yo tengo el poder de revivir a los muertos para que hagan lo que me plazca―un tono sarcástico pudo escucharse―. Supongo que su método es inventar culpables con la esperanza de que hablan y digan una sarta de mentiras para incriminarse.

―Justamente eso, mi estimado, inventando culpables. Prosigamos, me gustaría saber si usted se vería bien en el traje naranja de la cárcel, ¿Qué asuntos familiares eran tan urgentes para dejar su trabajo?

―Mi esposa, en paz descanse―levantó una rodilla y la puso encima de la otra―. Ella estaba muy enferma antes de su deceso―todo aquello con un sentimiento pobre que hacía pensar si se alegraría de que su esposa haya fallecido o esa fuera su personalidad.

―Qué bueno que la menciona, casualmente salió a tema mucho antes de lo esperado y me quedé con la intriga de conocer su afección ¿podría sacarme de esa duda?

―Problemas gastrointestinales severos. Cáncer, ni más ni menos―una enfermedad mortal, sin cura, un nombre que hacía temblar a las masas y que ni al peor enemigo se le desearía padecer.

¿Cáncer? Eso explicaría su estado físico, aunque no del todo, pensó César mientras maquinaba en su cabeza todas las posibilidades.

―Me he quedado a gusto con la explicación, señor culpable―esa palabra provocó otro tic nervioso que casi pasó desapercibido―. ¿Qué modificaciones le están haciendo en el museo? No pude evitar verlas a mi llegada.

―Una expansión, por eso en la semana hubo albañiles trabajando.

― ¿A qué hora llegó ese día a trabajar?

UN MISTERIO EN GUANAJUATOWhere stories live. Discover now