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Pasando muchas penurias y repartiendo algunos improperios escondidos con frases amables consiguió que todos volvieran a entrar al cubículo y se reunió con Ernesto en el pasillo de la entrada. Lo esperaba con un papel largo tipo cartulina y que se doblaba en muchas partes y se lo entregó, pobre de Ernesto, se le veía muy agitado.

―Señor Cesar―respiraba muy fuerte―. Los planos del lugar.

―Supongo que debo apagar mi cigarrillo―se sacó el Chesterfield de la boca y lo tiró al suelo para después pisarlo―. Quiero comprobar una cosa, estas rejas de acero que están marcadas aquí, ¿a dónde llevan?

―Al panteón de Santa Paula, señor. Están cerradas, no hay paso, por eso las mandaron poner, para eliminar conexión alguna con el museo―dijo a trompicones y entrecortado.

―Muy bien, ya tengo la conclusión, solo que esto aún no acaba, el doctor es la llave para confirmar mi teoría.

― ¿Ya sabe quién es el culpable?―le brillaban los ojos a Ernesto y de nuevo en él se veía a un chamaco inexperto que estaba más cerca de la juventud que de la madurez.

―Solo sígame, eso lo veremos después.

Y avanzaron a la escena donde habían sido atacados el profesor y Eulalia. El pasillo seguía recto hasta dar con una pared. La oscuridad proyectada en esa área era tremenda, aun siendo de día ya que los rayos del sol que entraban por el techo eran insuficientes para que tuviera suficiente visibilidad. El propio César se veía oculto entre tanta penumbra y se le ocurrió algo.

―Ernesto, ¿puede abrir el cubículo?

―Sí, tengo las llaves aquí.

―Ábrala y métase, después voltéeme a ver.

Aquella orden carecía de sentido en la cabeza del policía, sin embargo, obedeció y caminó de espaldas al escritorio. El chaquetón negruzco de César, aunado a la propia oscuridad, hacía visible solo su rostro, y no del todo porque un poco de difuminado era detectable, que apoyado por su color de piel tostadito que denominaba como "Tez humilde" hacían de su presencia algo aterrador.

―Solo le veo la cara―afirmó el guardia.

― (Bendito Dios que me gusta vestir de negro) ¡Perverso! Gracias amigo―dicho eso, se metió el también y caminó a inspeccionar. Se dio cuenta que las luces tampoco funcionaban y que además, el lugar era una copia idéntica del otro habitáculo, solo que estaba un poco más abajo puesto que había que bajar unos escalones.

Nada fuera de lo común, excepto un pequeño hueco al lado de la puerta que solo se formaba cuando estaba abierta. Interesante, magnánimo, perfecto, se laureó César y terminó su rápida inspección.

―Cerremos el caso, ya solo me quedan pocas piezas por mover y estoy por hacerle jaque al rey enemigo. Quiero hablar con el doctor.

 Quiero hablar con el doctor

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UN MISTERIO EN GUANAJUATOWhere stories live. Discover now