Capítulo 5

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Luego de aquella visita rápida a la fortaleza de Hades, y de que éste condenara mi alma al sufrimiento; el sátiro Cosmos y yo, habíamos llegado a la entrada de unas catacumbas en lo profundo del inframundo.

Hacía muchísima calor en aquel lugar, tanta, que sentías que te ibas a desmayar, pero no lo hacías. Era un constante sufrimiento del cuál no había mejoría, del cuál, no había escape alguno.

Observo mi alrededor, cascadas de lava ardiente bajaban por las paredes de éste lugar, desapareciendo en un risco infinito y oscuro, del cuál, ni la potente luz de la lava se salvaba de ser opacada y aniquilada.

—¿A dónde me has traído? —Cosmos me empuja hacia la entrada de las catacumbas al liberarme de las cadenas que me ataban pies y manos.

—A dónde están las almas... ¿Cómo lo puedo decir?—Se rasca la barbilla. —Menos malas... —Hecha una risita; y yo, volteo para encontrarme con demasiadas personas minando con picos de metal la dura roca de las catacumbas.

—Pero Cosmos, yo no quiero... —Volteo y veo que ya el sátiro se a ido, seguramente, había desaparecido con un chasquido de sus dedos.

Cabizbaja, me adentro a las catacumbas, quienes son vigiladas por unos esqueletos incrustados en las paredes, los cuáles, parecen tener vida y te observan en todo momento.

Veo una pila de picos apilados en una esquina, por lo que me acerco y tomo uno, para ver, que su peso es demasiado y que casi no puedo levantarlo. Arrastro aquel pico, haciendo que el sonido metálico que éste produce al friccionar contra la dura roca, me de escalofríos.

Una vez parada en dónde creo que era mi lugar, observo al hombre de al lado; su ropa desecha, sin calzado alguno. Éste, pica y pica sin cesar, una picada tras otra, su mirada fija en la dura piedra que trabaja.

A su lado, una fila de almas las cuáles seguían hacia dentro de las catacumbas hasta que mis ojos ya no podía ver tan adentro en la lejanía. Seguramente, habían miles de almas alineadas hombro con hombro hasta el final de éste lugar, si es que había un final.  Los esqueletos incrustados en la pared vigilando todo, uno cada cinco metros como al menos.

Un escalofrío recorre mi nuca con tan solo pensar en dónde estoy, al saber, que no había escapatoria de aquí; y que solo, dependía en el que el cielo me viniera a rescatar.

Trato de levantar mi pico utilizando toda la fuerza de mi cuerpo, pero no puedo. Veo por encima de mi hombro cómo uno de los esqueletos de la pared me observa detenidamente, y es ahí, que sé que si no doy ésa primera picada... estaría en graves problemas.

Vuelvo e intento levantar aquel pico pesado, un gemido sale de mis labios al sentir dolor en mis brazos por aquel esfuerzo; al sentir, cómo mis pobres músculos daban todo de sí para poder elevarlo.

Logro dar la primera picada, pero me sorprendo al ver que nada sucede. Ni una sola roca se desprende de aquella dura pared, ni tan siquiera, la más pequeña migaja sale de ése impacto que le propicié.

Tomo el pico nuevamente, lo alzo y le pego a la roca con todo lo que tengo, pero nuevamente, nada sucede.

Desesperada, miro a la persona que tengo al lado, quién no parece importarle demasiado el que yo no pueda con mi pico o no pueda desprender ni una sola roca de aquella pared.

—¿Disculpa? —Mis labios murmuran débilmente; mis manos, en el mango de aquel pico de metal que apenas logro sostener.

El hombre a mi lado me ignora por completo, y veo cómo éste sigue con su trabajo y no me presta atención.

—¿Puedes ayudarme? Es que pico pero nada sale. —Digo observándole; su mirada, en la dura piedra frente a él.

—Oye niña... pica antes de que ése esqueleto te mande a la fosa. —Escucho la voz de alguien, intento ver de dónde proviene pero no logro encontrarle. —Sí, ya se está saliendo de la piedra, ya va a por ti; así que... ¡pica! —Dice con un tono de voz nervioso; y yo, escucho un crujir detrás de mí.

Hades ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora