Capítulo 12

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El tiempo que he pasado en éste lugar, ya perdí la cuenta. Las veces que me han sentado en aquella silla del dolor, no lo puedo ni recordar.

Los días aquí se habían vuelto repetitivos; un día tras otro, eras torturado hasta el cansancio o hasta que tu cuerpo no pudiera más y se desmayara.

Habían diferentes tipos de torturas en éste lugar, pero la mía, era la silla del último aliento. Ésta, te mostraba algunos minutos antes, y el momento preciso de tu muerte. Haciéndote revivir aquellos dolorosos instantes dónde tu vida perdió su propósito, dónde tus sueños y metas, fueron arrebatados.

En estos recuerdos, podías sentir cómo te sentiste exactamente en cada segundo de aquel horroroso día. Podías sentir el sufrimiento de tus últimos momentos en la Tierra, el dolor que sentiste cuando tu cuerpo y tus carnes dejaron de funcionar; el momento, en el que tu corazón se detiene y no da para más... ése preciso instante, en que sueltas el último aliento de vida y pasas al otro plano.

Reviviendo una y otra vez aquel día de mi muerte; el tiempo aquí se había hecho pesado, solo la esperanza de que el cielo viniese a por mí pronto y me sacase de ésta horrible pesadilla; era lo que me hacía mantenerme en pie.

Las almas de éste lugar, tal y cómo me lo había advertido Cosmos, eran las peores que jamás te ibas a encontrar. Imagino, que aquí podría haber de todo, desde asesinos seriales, hasta solo Dios sabe el por qué no los quiso en el cielo y los mandó aquí a pasar su eternidad.

Durante el día, te daban diferentes descansos de tus torturas. Unas veces, te encerraban en tu celda para que reflexionaras un poco de lo que fue tu vida y de cómo pasaste tus últimos momentos en la tierra. Otros, te permitían socializar con las demás almas por un periodo de tiempo a las afueras de tu celda.

Sentada en mi celda fría y desolada, sollozo pensando en cuándo vendrá el cielo a buscarme... en cuánto tiempo más tardará para liberarme de éste tormento que me consume con cada día que pasa.

—Oye niña, tú no perteneces aquí; ¿no es cierto? —Dice el alma que está encerrada en la celda de al lado. Pero yo, no le contesto. —Tú aura es diferente a todos los que estamos aquí, eres buena y pura... —Hace una pausa y lo veo observarme de arriba a abajo; sus manos en los barrotes de la celda. —¿Cómo es que has llegado hasta aquí? ¡Cuéntame! —Pregunta observándome fijamente con una sonrisa extraña en el rostro.

—Por error... y por estúpida. —Murmuro mirando el suelo bajo mis pies sin hacerle demasiado caso al anciano de al lado.

Había llegado aquí, en realidad... más por estúpida que por error... si solo me hubiera quedado picando piedra en aquellas catacumbas. Si solo no hubiera tratado de convencer al rey del inframundo en que me tratara cómo me merezco... tal vez, y solo tal vez, no estuviera en el peor lugar de éste infierno en estos momentos.

Meto mi cabeza entre mis piernas; tratando de aprovechar aquel silencio que había al ninguna alma ser torturada en estos momento. Aprovechando, el que puedo sentir una pizca de soledad mezclada con un alivio mínimo al estar tranquila entre éstas cuatro paredes de lo que es mi celda.

Escucho el silbato que denota que un leve descanso había llegado. Todas las celdas se abren y puedes ver cómo las almas comienzan a salir de ellas y caminar hacia el pequeño espacio que había en el centro de éste lugar.

Yo, nunca salía de mi celda, prefería quedarme en ella, que pasar una hora allá fuera deambulando y hablando con almas, las cuáles claramente, me aborrecían y odiaban.

Desde que llegué, se había esparcido el rumor de que yo era un alma merecedora de el cielo; no muchos hablan de ellos frente a mí, pero sí demasiados a mis espaldas. Las constantes miradas de rencor y desaprobación de los demás, me daba a entender de que no era bienvenida en éste lugar.

Hades ©Where stories live. Discover now