Prólogo

78.5K 3K 1.3K
                                    


Aún recuerdo ese día como si fuese hoy. Me había levantado a las doce en punto, tal y como habíamos acordado, y solo eso ya era algo por lo que sentirse nerviosa. Nunca me habían dejado estar despierta hasta tan tarde: a las diez ya tenía que estar contando ovejas..., pero no esa noche, no aquel día. Saqué mi linterna rosa, de la que estaba totalmente orgullosa sin importarme que Taylor se metiera con ella, y la metí en mi mochila. Ya estaba vestida y solo tuve que hacerme las trenzas. Con diez años eso era la última moda. Me asomé por la ventana y sonreí al ver cómo a lo lejos una linterna se apagaba y se encendía en una ventana del piso superior de la casa de mis vecinos. Era la señal.

Con un cosquilleo en el estómago saqué la cuerda con nudos de debajo de mi cama y, tal y como Taylor me había enseñado, la até a la pata de la mesa. Cuando vi que estaba bien asegurada, saqué la cuerda por la ventana y respiré hondo para armarme de valor. Aquella noche iba ser lo más: íbamos a colarnos en la casa del señor Robin y a robarle todo el chocolate que escondía en el sótano. El señor Robin era un viejo cascarrabias, dueño de la chocolatería del pueblo, y la persona más tacaña que había llegado a conocer. Siempre nos enseñaba los dulces que traían a su casa, pero nunca nos daba más que una piruleta, el muy cretino, y era evidente que nos odiaba, a mí y a los hermanos Di Bianco: Taylor y Thiago.

Taylor tenía mi misma edad y era mi compañero en todas mis aventuras, y Thiago... Bueno, lo había sido, pero desde que había cumplido los trece había decidido que pasaba, cito textualmente, «de tonterías de críos». Pero no esa noche, esa noche había decidido acompañarnos y yo sabía que, aunque se hiciese el estirado y nos echase en cara que ya era un adolescente, estaba tan emocionado como nosotros.

Salí por la ventana y, justo cuando estaba por la mitad de la cuerda escuché que llegaban mis amigos y me susurraban desde abajo.

—¡Vamos, Kami, que nos van a pillar! —me gritó en silencio Taylor y eso solo hizo que me pusiese más ner-
viosa.

—¡Ya voy, ya voy! —contesté apresurándome, teniendo cuidado con no matarme en el proceso. Mi casa era muy grande y mi habitación estaba en el segundo piso, así que era un largo trecho, tanto que habíamos tenido que unir tres cuerdas para poder crear aquella escalera improvisada.

—¡Kam, date prisa! —dijo una voz distinta. Thiago, el único capaz de hacerme llorar y rabiar, el único que me llamaba Kam.

Una parte de mí siempre había querido demostrarle que era tan valiente como ellos dos, que no era una niña tonta y remilgada, a pesar de mis trenzas y los vestidos que mi madre me ponía, pero daba igual todo lo que hiciese. No importaba cuántos bichos cogiera, cuántos escupitajos tirara, cuántas aventuras viviese con ellos, Thiago siempre se reía de mí y me hacía sentir pequeña. Por ese mismo motivo odié cuando me cogió por la cintura y me bajó, impaciente, cuando ya apenas quedaba medio metro para llegar al suelo.

—No irás a echarte atrás ¿verdad, princesa? —me dijo, con aquella mirada traviesa que su hermano también había heredado. La diferencia es que cuando Taylor me miraba, me hacía sentir tranquila y capaz de todo; y si era Thiago el que clavaba aquellos ojos verdes en mí, los nervios para impresionar al hermano mayor se apoderaban de mí.

—No me llames así, sabes que siempre he odiado que lo hagas —le contesté apartándome. Él estiró una mano y tiró de una de mis trenzas.

—Entonces ¿por qué siempre vas con estos trastos?
—dijo arrancándome uno de los lazos. Por suerte la gomilla se quedó en su sitio.

—¡Devuélvemelo! —le dije enfadándome.

Él se rio de mí y se metió el lazo en el bolsillo.

—Déjala, T, que la vas a hacer llorar —dijo Taylor, cogiendo mi mano y tirando de mí. Se la apreté con fuerza, odiando aquellas lágrimas que amenazaban con desbordarse. Seguí a Taylor y empezamos a correr. Thiago se puso serio y adoptó su papel de hermano mayor cuando llegamos al pequeño riachuelo que separaba nuestras casas y la de nuestro tacaño vecino. Era muy angosto y el día anterior habíamos puesto una tabla que nos sirviera como puente para así poder cruzar. A Taylor no le gustaba nada el agua desde que una vez estuvo a punto de ahogarse, por eso fue Thiago quien cruzó primero para poder ayudarnos. Cuando rechacé la mano con la que intentó ayudarme, juro que vi un deje de orgullo en sus ojos verdes.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora