Capítulo 11

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KAMI

Miré de reojo cómo rebuscaba en su mochila hasta que sacó una carpeta, la abrió y rellenó el formulario.

—Motivo... —dijo en voz alta y muy serio—: ser una blandengue. —Escribió y le arranqué el boli de las manos.

—Te crees muy gracioso, ¿verdad? —Ya no podía soportar ninguna tontería más.

—Es gracioso ver lo fácil que te picas —contestó cogiendo otro bolígrafo de la mochila y bajando la mirada al formulario.

—Es curioso ver cómo, a pesar de los años, sigues siendo un puñetero crío —dije aceptando el pase que me tendía y echándole un vistazo rápido. Para mi sorpresa no había puesto nada raro.

—Si vas a decir palabrotas, dilas en condiciones: «puto crío», nada de puñetero —me dijo colgándose la bolsa al hombro—. «Puto crío». Venga repite.

—Olvídame. —Le di la espalda y cogí mi mochila, que me esperaba en las gradas con mi ropa y mis libros.

—Para olvidarme de ti primero tendrías que haber estado en mi mente, cubito de hielo, y eso por suerte no ha pasado ni pasará.

—¿Qué me has llamado? —le pregunté girándome sobre mí misma.

—¿Cubito de hielo? —repitió acercándose a mí con esos andares de chico malo, con ese cuerpo que parecía ocupar una habitación entera—. Dime... ¿Cómo es que te han sacado sangre si en tus venas solo tienes horchata?

Sentí cómo su comentario hería mis sentimientos de una manera desgarradora. Él tenía esa facilidad, una facilidad que casi nadie tenía. Por lo general me daba igual lo que pensaran de mí..., pero él no me daba igual. Estaba acostumbrada a la envidia y al odio, acostumbrada a que me quisieran y luego me criticaran. La gente era muy falsa y yo mantenía muy erguidos los muros que me protegían de todas aquellas cosas. Saber que Thiago tenía el poder de llegar a mi corazón, de hacerme daño..., fue algo que me asustó más que cualquier cosa en mucho tiempo.

Vi en sus ojos que era consciente de que me había hecho daño y, antes de que pudiera hacer nada, antes de ver el placer que eso podía llegar a provocarle, decidí actuar.

No iba a dejar que me hiciera daño.

No iba a permitir que creyese que yo era débil.

Desde que habían llegado, me había mostrado transparente, frágil, como un jarrón de cristal que se rompe con facilidad... y si algo había aprendido de mi madre, era que nunca puedes mostrarte así ante nadie.

Y ante Thiago Di Bianco menos.

—Yo tendré horchata en las venas..., pero al menos no soy una fracasada cuyo futuro depende de enseñar a unos críos a tirar una pelotita dentro de un aro.

Las palabras me quemaron nada más soltarlas por la boca. En su cuello la vena empezó a latirle amenazadoramente contra su piel bronceada por el sol.

—Desaparece de mi vista —dijo con la voz contenida y sin elevar el tono en ningún momento.

Me dio tanta rabia encontrarme en esa tesitura, yo no era así... Estaba actuando como él esperaba que lo hiciera y no entendía por qué demonios le estaba dando la razón.

—No hará falta que me lo pidas dos veces —contesté sin mirarlo a los ojos y alejándome del gimnasio.

Cuando salí fuera solté todo el aire que había estado conteniendo.

Mierda.

Nada más acercarme al aparcamiento del instituto, mientras rebuscaba en mi bolso para sacar las llaves del coche, alguien salió de detrás de mi descapotable y me sobresaltó, haciéndome llevar la mano al corazón.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora