Capítulo 30

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TAYLOR

Vi por la ventana de mi habitación que Kami se bajaba del coche de mi hermano. Sentí impotencia. Una impotencia real porque quería a Kami para mí y no podía entender cómo era posible que Thiago y Kami existiesen siquiera como posibilidad, pero... ¿Se creían de verdad que no me había dado cuenta de cómo se miraban? ¿De cómo a veces se buscaban irremediablemente el uno al otro con los ojos?

Desde que mi hermana había muerto, mi vida había girado en torno a ser el mejor en todo. El mejor en los estudios, el mejor en baloncesto, el hijo que hacía lo que se le pedía, el hijo que contentaba a todos, el que tenía más oportunidades, el que lo había superado antes que nadie, el que había seguido con su vida. El niño de todos y el niño de nadie...

Apreté el puño con fuerza.

Estaba cansado de ser el maldito niño que sonreía y aceptaba lo que se le imponía.

Sí, mi hermano había sacado la familia adelante. Sí, mi hermano nos salvó de aquel accidente. Sí, era consciente de la responsabilidad que se había autoimpuesto desde el instante en que nuestra hermana dejó de respirar. Pero estaba cansado de sentirme culpable. Culpable por lo que tenía, por lo que había conseguido. Culpable porque a mí sí se me permitió seguir con mi vida mientras que la de él quedó completamente destrozada...

Yo no tenía la culpa de eso.

Me fijé en que Kami dejaba la bici en el jardín y entraba en su casa. Me fijé en que su ropa y su pelo estaban empapados al igual que los de mi hermano...

¿Qué habrían estado haciendo?

Cerré los ojos con fuerza. No quería pensar en eso... Kami me había dicho que lo intentaríamos. Me había dicho que me quería, joder. Aunque seguía sintiendo ese «te quiero» de alguien que de verdad quiere a un amigo, no a un novio, a un amante, o a lo que quiera que fuésemos nosotros.

Todo estaba en el aire, pero yo confiaba en mi mejor amiga. Confiaba en que cuando estábamos juntos, ella parecía más feliz. Confiaba en que juntos siempre habíamos conseguido superar todas las adversidades... o casi todas.

Escuché la puerta de abajo cerrarse y salí de la habitación de mi hermano.

Bajé las escaleras, y cuando llegué a mitad de camino, vi en sus ojos que me evitaba. Evitaba mirarme directamente porque sabía que había algo que no podía decirme...

Sentí algo muy feo en mi interior... Algo que no se debía sentir hacia un hermano... Algo que no debería estar ahí.

—¿Dónde está mamá? —me preguntó dejando la chaqueta en el perchero y acercándose a las escaleras.

—Ya sabes dónde está. —Noté la frialdad en mi voz.

Mi hermano pareció notarla también, pero decidió pasar ese detalle por alto.

—Tenemos que hacer algo... —dijo subiendo hasta alcanzar el rellano—. No puede seguir así...

—He intentado hablar con ella, pero no quiere saber nada de lo que le dijimos ayer...

Thiago cruzó el pasillo hasta la puerta del fondo, la misma que aún tenía los bloques rosas que formaban el nombre de Lucy... Abrió la puerta despacio y entró.

Lo seguí porque sabía que me necesitaría... Lo seguí, a pesar de que cada vez que ponía un pie en esa habitación se me rompía el corazón.

Mi madre estaba sentada en el suelo, apoyada contra la camita enana de mi hermana, una cama rosa que mi padre había mandado hacer especialmente para ella y que tenía forma de castillo... Fue la única manera con la que consiguieron que saliera de la cuna...

Sus juguetes seguían exactamente igual que ocho años atrás. Antes de la fiesta, mi hermana había estado jugando con sus tacitas de té y estas seguían en el suelo, igual que ella las había distribuido para darle de comer a todos sus peluches, que seguían sentados en torno a su pequeña mesa de madera, aguardando a que su dueña volviera para reponerles las tacitas vacías con té de mentira... Una dueña que ya no volvería jamás.

Su pijama estaba entre las manos de mi madre, que seguía oliéndolo a pesar de que los años ya habían dejado simplemente el olor a polvo en la tela celeste con puntitos.

Si cerraba los ojos, aún era capaz de verla bajar las escaleras, medio dormida, con su peluche preferido en una mano, el castor Otor, como ella lo llamaba y con la otra restregándose los ojitos para poder despertar del todo y empezar a jugar.

Cómo jugaba... y qué llena de vida estaba...

Podía verla acomodar sus tacitas de té y obligarnos a mi hermano y a mí a acompañarla en sus infinitas meriendas... A mí me aburría sobremanera y me quejaba durante casi todo el rato que duraba aquello, mientras que Thiago aguantaba sin decir ni mu.

Lucy nos perseguía donde fuéramos y lloraba cuando mi madre no la dejaba venir con nosotros porque éramos unos cafres y terminaría haciéndose daño...

La habíamos querido con todo nuestro corazón.

Y la echábamos de menos todos los días, a todas horas.

Pero había que seguir adelante.

—Mamá —dijo Thiago sentándose a su lado, sobre la alfombra rosa que cubría el parqué y que mi padre había colocado para que Lucy jugara tranquila en el suelo y no le doliesen las rodillas—. Deberías comer algo...

Mi madre cerró los ojos y vi que las lágrimas volvían a caer por sus mejillas.

—Mamá. —Me senté a su otro lado y le pasé el brazo por los hombros. Cómo me dolía ver a la mujer que más quería sufrir de esa manera...—. Por favor, sal de aquí...

Negó con la cabeza, aferrada a su pijama.

—Mi niña... —dijo respirando hondo, buscando el aire que a veces le costaba hacer llegar a sus pulmones de lo grande que era su pena—. ¿Por qué tuvo que marcharse? ¿Por qué tuve que perderla?

Ninguno de los dos teníamos respuesta a eso. Eran preguntas que todos nos hacíamos y que seguíamos sin entender del todo.

—Mamá, prometiste que guardaríamos todas sus cosas... Lo prometiste —dijo Thiago muy serio. A veces me sorprendía que pareciera saber cómo hablarle a nuestra madre. Podía pasar de la dulzura a la exigencia sin pestañear—. La condición de volver a Carsville era empezar de cero de verdad... Dejar todo esto atrás...

—Lo sé... —dijo después de un rato, poniéndose de pie.

Nos miró a los dos y se limpió las lágrimas.

—Sois lo más bonito de mi vida... —dijo sonriendo con tristeza, pero al menos sonriendo—. Os quiero más de lo que os podéis imaginar... Mañana sacaremos las cosas de la habitación y las donaremos a la iglesia como dijimos que haríamos... Pero hoy dejadme que llore su ausencia... Hoy le estaría preparando una tarta de cumpleaños con dos velas en vez de una...

Sentí dolor en el corazón y visualicé lo que mi madre decía.

Lucy con doce años... Lucy con su pelo rubio y rizado peinado hacia atrás o con trenzas como a ella le gustaba... Lucy bajando medio dormida las escaleras... Lucy soplando las velas y luego abriendo sus regalos...

Me puse de pie y, al pasar por su lado, la besé en lo alto de la cabeza.

—Como tú quieras, mamá. —Salí de la habitación de mi hermana..., no sin antes coger la tacita de porcelana en la que Lucy había pintado mi nombre con torpeza...

Eso... eso me lo quedaba para mí.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora