Capítulo 26

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KAMI

Cuando bajé a la mañana siguiente a desayunar, me fijé en que la casa estaba bastante silenciosa. Mi padre estaba preparando huevos revueltos y mi hermano lo ayudaba sentado en la mesa de la cocina.

—Buenos días —dije recogiéndome el pelo en una cola alta para tener la cara despejada—. ¿Y mamá? —pregunté al no verla por ninguna parte.

Mi padre me miró.

—Se ha ido... a un balneario toda la semana —dijo y supe por el tono de su voz que estaba cabreado.

—¿Un balneario? Pero ¿no decías que...?

—Ya estaba pagado —me explicó mi padre—. Me contó lo que pasó ayer en el coche... —añadió mirándome muy serio.

Me sentía avergonzada por haber estado a punto de llamarla por aquella palabra que empieza por «p», la verdad... Pero me había cabreado tanto cómo prácticamente había culpado a Taylor y Thiago por lo que estaba ocurriendo...

—Lo siento —dije sentándome frente a él en la isla de la cocina.

—No vuelvas siquiera a insinuar algo parecido, ¿me has oído? —me dijo muy serio.

Asentí y mi padre dio por terminado aquel asunto.

—¿Ponemos música? —dijo entonces. Se limpió las manos en el delantal de florecitas que tenía anudado en la cintura y manipuló la pantalla que había adherida a la pared, desde donde se podía controlar hasta las luces de mi habitación.

Mi hermano sonrió y, cuando la canción preferida de mi padre empezó a sonar, a mí también se me contagió la sonrisa. «Here comes the sun» de los Beatles empezó a sonar a través de los altavoces y los tres nos pusimos a cantar a pleno pulmón mientras preparábamos juntos el desayuno.

Por un instante me olvidé de los problemas y disfruté de la compañía de nuestro padre. Comimos huevos revueltos con beicon y tostadas calentitas. Yo me encargué de exprimir las naranjas para hacer zumo natural y mi hermano de poner la mesa.

Charlamos animadamente de todo. Mi hermano parecía contento y me hizo bien verlo sonreír. La noche anterior, cuando había venido a mi habitación, había podido ver que tenía los ojitos hinchados de llorar... Me dije a mí misma que tenía que estar más pendiente de él... Lo que estaba ocurriendo en casa le afectaba más a él que a cualquiera de nosotros.

Después de desayunar, y al ser domingo, mi padre nos dijo que podíamos ir juntos al parque. Antes de salir, ambos, mi hermano y él, quisieron darme una sorpresa.

—Cierra los ojos, ¿vale? —me dijo mi padre mientras esperaba en la entrada de casa, al aire libre a que ellos maquinaran lo que fuera que tenían preparado.

—Vale... a la de una... a la de dos... —dijo mi padre.

—¡Y a la de tres! —se adelantó Cameron con impaciencia.

Cuando abrí los ojos, vi lo que ambos habían estado ocultando.

Una bici de color blanco, con una cesta de mimbre en la parte delantera y unas margaritas pintadas sobre esta. Relucía entre los dos, aguardando a que alguien le diera una vuelta.

Sonreí divertida.

—¿Es para mí? —les pregunté acercándome a verla.

—¡Claro! —dijo Cameron—. ¡Ahora podremos hacer carreras, Kami! ¡La bici es mucho más divertida que el coche!

Miré a mi padre, que me sonreía a pesar de que sus ojos estaban tristes.

—Me encanta, papá —dije dándole un abrazo.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora