Capítulo 17

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KAMI

Llegué a mi casa con los nervios a flor de piel. Haber vuelto a entrar en casa de los Di Bianco, volver a ver a la madre de los que una vez fueron mis mejores amigos, casi besar a Taylor, encontrarme con Thiago y ver el odio en su mirada... Habían sido demasiadas emociones en una tarde.

Cuando cerré la puerta detrás de mí, no me recibió ningún sonido de repiqueteo en la cocina ni tampoco una fragancia agradable de quien está preparando la cena para poder comer todos en familia.

Mis padres discutían. No es que fuese algo raro, aunque siempre solían hacerlo en algún lugar donde nosotros no pudiésemos enterarnos. No creo que lo hiciesen por mí, pero sí por mi hermano. Por eso me extrañó escuchar a mi padre hablarle a mi madre de aquella manera.

—¡¿No te das cuentas de que son estúpidos caprichos?! Si no se puede, no se puede, joder.

—¿Estúpidos caprichos? —contestó mi madre en aquel tono que prometía problemas—. ¡¿Te recuerdo quién me dijo que quería que me operara después de tener a Cameron?!

—Estuviste un puto mes llorando porque se te habían caído los pechos, ¡te di la única solución que conocía!

—¡Oh, por favor! —dijo mi madre riéndose amargamente—. ¡Hasta a mí se me ocurre algo más original!

Me acerqué a las escaleras y me quedé quieta escuchando la discusión.

—Todo lo que intento explicarte lo desvías para convertirme a mí en el malo de la película. Si tengo que dormir fuera es por trabajo. ¡Estoy cansado de que pienses que te engaño, joder! ¿Quién engañó a quién en este matrimonio de mierda?

Abrí los ojos sorprendida. No por el contenido de lo que acababa de decir, eso yo ya lo sabía, sino porque eso era un tema tabú en mi casa. No se tocaba, así de simple. Hacíamos como si nada hubiese pasado.

—¡No puedo creer que saques eso a relucir después de tantos años!

Me escondí en el hueco de la escalera cuando escuché que mi madre salía de su habitación y empezaba a bajar los escalones mientras se limpiaba las lágrimas.

No me gustó ver a mis padres así, pero menos me gustó encontrarme a mi hermano hecho un ovillo en el hueco de la escalera y mucho menos me gustó encontrármelo con la cara hecha un cristo.

—¡Cameron! ¿Qué te ha pasado? —le pregunté arrodillándome a su lado.

Mi madre me oyó y vino hasta donde estábamos.

—¡Ahí estás! —dijo señalándome con un dedo. Su rímel estaba corrido y parecía furiosa más que triste—. ¿Qué horas son estas de llegar?

Me incorporé.

—Estaba haciendo un trabajo para el instituto.

—¡¿Y por qué no has llamado para avisar?! —me rebatió—. He tenido que irme de la merienda del miércoles con las madres de Carsville para ir a buscar a Cameron al colegio, cuando se suponía que debías ir tú.

—¿Desde cuándo tengo que recogerlo yo?

—¡Desde que yo lo digo!

—No me lo habías dicho.

—Te mandé un mensaje.

—Estoy castigada sin teléfono, ¿recuerdas?

Mi madre se quedó callada unos segundos.

—Y más castigada que vas a estar. ¡Una semana más!

Abrí los ojos con incredulidad.

—¡¿Por qué?!

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora