Capítulo 13

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KAMI

No tenéis ni idea de lo que significó para mí que la señora Di Bianco me saludara desde la distancia. El alivio que sentí en mi corazón solo duró los segundos que tardé en ver a Thiago apretar los puños con rabia. Pero al menos saber que ella era capaz de mirarme a la cara, de sonreírme como si nada hubiese pasado... sirvió para sentir que el peso que soportaba encima desde que tenía diez años se rebajara, aliviando el sentimiento de culpa, aunque solo fuera un poco. Después vi cómo reaccionaba Thiago a algo que su madre le decía y el alivio se evaporó causándome un dolor muy profundo en mi corazón. Vi que apretaba los puños y se metía en la casa sin mirar atrás.

Aquella tarde se había portado como un gilipollas en el aula de castigados. No podía seguir hablándome así delante de la gente. No quería que mis compañeros se dieran cuenta de que me odiaba. Las preguntas empezarían a circular por todo el instituto y lo último que yo necesitaba es que se desenterrara lo ocurrido años atrás.

Entré en casa y el ruido de la playa a lo lejos me dio la bienvenida. Mi madre se asomó por la puerta de la cocina y me indicó que fuera hacia allí en silencio. Me giré hacia el salón, donde mi hermano jugaba a un videojuego como si no hubiera un mañana, y seguí a mi madre preguntándome qué podría haber hecho yo.

—¿Qué tal el día? ¿Por qué has llegado tan tarde? —me preguntó distraída mientras revolvía con la cuchara uno de los pocos platos que hacía bien: macarrones con queso.

Los lunes Prue no cocinaba en casa y mi madre se encargaba de prepararnos la cena. Era de los únicos momentos en que me gustaba sentarme con ella y disfrutar de su compañía. Era de los pocos momentos donde parecía una madre como la del resto de mis amigos. El olor a queso fundido llenaba la cocina y, en secreto, sin que mi padre se enterase, me dejaba beber una copa de vino tinto con ella. Lo sé, eso no era muy propio de una madre, pero Anne Hamilton era así.

—No te enfades..., pero me han castigado —dije dejándome caer sobre la banqueta que quedaba delante de ella.

Dejó de revolver y me miró con mala cara.

—¿Castigada? ¿Qué demonios has hecho tú también ahora?

—¿También? —contesté extrañada.

—Tu hermano se ha metido en una pelea durante el recreo —me dijo revolviendo los macarrones con más efusividad de la cuenta—. Me han llamado del colegio para que fuera a recogerlo y todo. Tiene la cara hecha un cristo.

—¡Qué dices! Si Cam no se pelea ni con...

—Pues lo ha hecho —me interrumpió—. Lo he castigado sin cenar y sin sacar a Juana de la jaula.

—¡Mamá! —le contesté indignada.

—Ni mamá ni nada —me contestó enfadándose—. ¡A ti debería hacerte lo mismo!

—¿Vas a castigarme sin cenar? ¿En serio?

A veces creo que no es consciente de la edad que tengo.

—Voy a castigarte sin teléfono, que es peor —anunció colocando la palma hacia arriba—. Dámelo.

—¿Ni siquiera vas a preguntarme qué ha pasado?

—No me interesa —sentenció moviendo los dedos para que le diera mi móvil.

—Es peligroso que me dejes sin teléfono, si me pasa algo o...

—No me cuentes historias —me cortó cabreada—. Mis dos hijos castigados en el instituto, ¡¿qué van a decir en el pueblo?!

—¿Te crees que a alguien le importa que nos hayan castigado?

—¡A mí me importa! —contestó cogiendo el móvil cuando, finalmente y con rencor, se lo tendí—. Ya eres mayorcita para que te castiguen en el instituto, ¿no crees?

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora