Capítulo 27

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KAMI

Acabé llegando al puente amarillo donde terminaba Carsville y empezaba Stockbridge. Me detuve pegando un frenazo que casi me hizo derrapar. Volví a escuchar un trueno y levanté la mirada hacia el cielo. Iba a empezar a llover de un momento a otro... Las primeras gotitas cayeron, mojando mis mejillas como si fuesen lágrimas forzadas por el cielo.

Recordé entonces los globos, los niños jugando, el castillo hinchable del que nadie quería bajarse, tampoco Taylor y yo... Recordé los padres charlando amigablemente con el resto de los invitados. Se habían currado aquel cumpleaños, como casi todos los cumpleaños de los hermanos Di Bianco: había animadores, gente que coloreaba las caras de los niños, chucherías, una fuente de chocolate caliente en la que te dejaban mojar lo que quisieras... Taylor y yo nos habíamos puesto a jugar con Thiago a ver qué éramos capaces de comernos siempre que estuviese bañado en chocolate negro. Empezamos siendo buenos, mojando frutas y chucherías, como hacía todo el mundo, pero luego subimos de nivel y empezamos a mojar ganchitos, patatas fritas, aceitunas...

«Qué asco», pensé en mi fuero interno, pero joder, qué bien nos lo estábamos pasando.

Recuerdo haber querido hacer como si no pasase nada, como si lo que le había contado a mi padre la noche anterior nunca hubiese ocurrido. Él me había dicho que no tenía nada de lo que preocuparme, que ellos iban a quererme siempre y que nadie me iba a apartar de su lado, que nunca nadie iba a romper nuestra familia... Después de asegurarme todo eso, me había hecho explicarle qué es lo que yo había visto aquella tarde desde el árbol y qué era lo que yo sabía de boca de Thiago.

Y se lo conté... Se lo conté porque había estado asustada, porque en internet la mayoría de la gente había respondido que le gustaría saber la verdad en vez de vivir en una mentira... Se lo conté porque, en el caso de que se divorciaran, quería que mi padre luchase por mí y me llevase con él. Se lo conté porque engañar a su marido con el vecino de al lado no decía mucho sobre la madre que tenía... Pero, sobre todo, se lo conté porque no podía seguir sobrellevando ese peso en mi interior, porque cada vez que me metía en la cama tenía ganas de llorar, porque cada vez que mi padre intentaba arreglar las cosas con mi madre sabía que esta no se lo merecía...

Pero al contarlo no pensé en las consecuencias para la otra familia, para la madre de Thiago, para la relación de amistad que unía a nuestras familias... No pensé en Taylor, que aún no sabía lo que pasaba, y no pensé en ella...

Mi padre hizo como si nada... Cuando al final le dije la verdad, me imaginé que saldría de mi cuarto hecho una fiera, que se armaría la Tercera Guerra Mundial, pero nada más lejos de la realidad. Ahora que era mayor, entendía que no lo había hecho porque había querido pillarlos con las manos en la masa. Mi madre era muy escurridiza... y mentirosa, y mi padre, al igual que yo, sabía que si la única prueba de su engaño era el testimonio de su hija de diez años, nunca habría podido llegar a ningún lado. Solo le hubiese dado tiempo a mi madre a inventarse cualquier excusa y a andarse con mucho más cuidado.

La lluvia empezó entonces a caer con mucha más fuerza y supe que era momento de volver a casa. Con una sensación horrible en el pecho, me subí a la bici y emprendí el camino de vuelta. No me había dado cuenta de lo tarde que era, y de que, aparte de la lluvia, mi bicicleta no tenía luces de ningún tipo ni yo tampoco llevaba ropa reflectante. Me agobié un poco cuando el frío empezó a calarme los huesos y la visibilidad se volvió casi nula.

Metí las manos en el bolsillo de mi sudadera y maldije en voz alta al darme cuenta de que seguía castigada sin móvil y que por lo tanto no lo había llevado conmigo. Podía esperar a que la lluvia amainase y a congelarme de frío, o emprender el camino de vuelta y rezar para que nadie me atropellase.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora