Jealousy

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Las yemas de sus dedos se deslizaban despacio por la piel expuesta de mi abdomen. Dejaba tras de sí una estela de temblores que se unían a mi columna vertebral hasta convertirse en un terremoto para mis axones. Un intento de jadeo murió en mi garganta cuando su boca cubrió la mía tan lánguidamente que parecía estar llevando a cabo una venganza silente. Los treinta días de hibernación no me habían privado de ningún sentido, ella me estaba ayudando a comprobar todos y cada uno de ellos. Su olor a vainilla danzaba en mis fosas nasales como una provocación a mis feromonas, sus uñas arañaban peligrosamente el nacimiento de mis senos, el gusto mentolado de la pasta dental y el cigarro se mezclaban en su saliva, sus párpados cerrados una vez que su lengua se enredó en la mía, ese "Camz" que brotó desesperado de sus cuerdas vocales. Ningún detalle se me escapaba.

- Camz. - Repitió nuevamente. Ignoré su llamado para besar su cuello.

Tomó mis muñecas para colocarlas sobre mi cabeza y dejó caer todo su peso en mí. Solté un bufido de resignación al saber que aquella sesión de besos no continuaría. Maldije mentalmente a Lauren por haber encendido una llama que no estaba dispuesta a apagar. ¿Por qué nos habíamos besado en primer lugar? Mi mente comenzó a girar en disímiles espines para encontrar la respuesta, sin embargo, abrí mis ojos de improviso cuando una mano sacudió mi hombro suavemente.

- Camz, despierta. - Murmuró Lauren contra mi oreja.

- ¿Qué? - Pregunté confundida.

- Llevo casi diez minutos intentando despertarte, pero tu sueño se veía interesante. - Dijo lo último con una pizca de picardía en su voz. ¿Había dicho algo incorrecto delante de ella?

- Perdón, aún me es difícil adaptarme a dormir sólo 8 horas. - Rasqué mis ojos con mis puños, gesto que posicionó una mueca de ternura en la ojiverde.

- Tranquila, cielo. - Se acercó a mí y depositó un beso en mi sien. Dejó a la vista una rosa que colocó en mi regazo.

- ¿Y esto? - Inquirí con curiosidad, a lo que ella respondió con un ligero pellizco en mi nariz.

- Te la envía Michelle. - Sonrió cómplice, como si estuviese hablando de una persona totalmente distinta.

- ¿En serio? ¿No era ella la que estaba en contra de asesinar flores? - Le seguí la broma en ese ambiente tan íntimo que creábamos entre las dos.

- Ya, pero por ti hace una excepción. - Un dedo subió por mi brazo inocentemente. - Dice que tu sonrisa lo vale.

- ¿Eso dice? - Me estremecí con el suave toque, reservándome los deseos de suspirar por el contacto.

- ¿Qué tal si me demuestras esa teoría de Michelle? - Respondí con una carcajada genuina a la cual ella no tardó en unirse. - Tenía razón. - Me dedicó una sonrisa triunfante.

- No eres normal. - Para cuando lo noté, su mano me masajeaba la nuca, repitiendo los mismos patrones que en mi sueño.

- Es el mejor halago que haya recibido.

Me regalé el privilegio de ahogarme en el océano esmeralda de sus iris que escaneaban mi rostro con una lentitud inquietante. El escrutinio de la morena no hacía más que incentivar mis nervios. Se calculaba que un aproximado de 35 millones de mariposas monarca llegaban a los bosques de oyameles en México cada octubre. Bien, en mi estómago parecían estar anidando ese número de lepidópteros o no hallaba otra explicación a ese constante zumbido. Aunque mi cerebro seguía gastándome bromas de mal gusto, no podía parar de imaginar cómo sería besarla ahora. No sentiría un frío invernal recorrerme, sino ese toque cálido que la caracterizaba. Y de seguro sus manos vagarían por todo mi cuerpo pero tocando en los lugares exactos y no me dejaría contra una pared con los deseos arremolinándose en mis bragas.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Where stories live. Discover now