Frozen

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Era extremadamente sencillo perderme en el laberinto de mi mente. Cada retazo de mi vida antaña se convertía en una distracción perfecta para arrancarme de la realidad. No sabía si eran efectos colaterales del accidente o que mi pasado intentaba desbordarse ante mis ojos para hacerme analizar todo desde una perspectiva diferente. Las manos de Matthew analizando la epidermis de mi brazo sano lograron arrancarme de la confusa nebulosa que era mi psiquis. Un extraño calor se expandía por mi vientre bajo, pero estaba más que segura de que aquello no estaba relacionado con el examen físico al cuál estaba siendo sometida. Mis sospechas se dirigían hacia los sucesos de meses atrás con la ojiverde, quien había abandonado su sitio de descanso para colocarse más cerca de la cama. Su novio, en cambio, seguía jugando a ignorar lo que sucedía. Antes de que pudiera analizar con profundidad el terreno en el cuál me adentraba, una primera grieta crujió bajo mis iniciales pasos desequilibrados. Lo supe una vez que enredé mis dedos en los del médico. Mi objetivo inicial era apartarlo, sin embargo, él intensifico la unión y tuvo la osadía de acariciar mis nudillos en un ritual premeditado. Mis ojos enseguida buscaron los de ella. Enormes llamaradas crepitaban dentro de aquellos orbes esmeraldas con explícitos deseos de hacerme desaparecer como si fuese un pequeño montón de cenizas, un exiguo corpúsculo que ella misma había calcinado. Esa versión inédita de Lauren podía aterrorizar a cualquiera, no obstante, no iba a dejar que me intimidara. Continué caminando sobre ese lago congelado de provocaciones porque no redirigiría mis acciones por una amenaza silente de la morena. ¿Qué derechos creía tener ella sobre mí?

- No sabía que un reconocimiento de rutina incluyera tanto contacto entre el doctor y el paciente. - Dejó salir aquel comentario sarcástico, pero era sólo para disfrazar una advertencia.

- Es necesario cerciorarse de que el estado de salud sea óptimo. - Respondió el inglés sin soltar mi mano. - Tal vez la señorita Cabello ya no tuviese el cabestrillo si la persona antes de mí hubiese realizado bien su trabajo.

- Hablamos de ese tema unas semanas atrás, no es necesario que vuelva a recalcar sus grandes habilidades galénicas. - La ironía goteó libre en cada palabra. - ¿Cuántos años dijo que tenía?

- ¿Es necesario que responda? - Sonrió nervioso.

- No, inicio una simple charla trivial mientras manosea a mi mejor amiga. - Tuve que contener la carcajada que se formó en mis cuerdas vocales. Los fanales de Lauren seguían danzando cual fogata en medio de la noche, en cambio, el ojiazul prefirió apartarse. Mi diversión no se había agotado pero había tomado un rumbo diferente.

- Tengo treinta y un años, señorita...

- Jauregui. - Se removió el cabello con superioridad al notar la distancia que se había establecido entre él y yo. Demuéstrale que no va a ganar siempre, Karla. - Ha tenido tiempo suficiente para analizar a su paciente más de lo necesario, sin embargo, no ha tenido la gentileza de aprenderse mi nombre. Me decepciona usted, doctor Hussey, teniendo en cuenta que es británico.

- ¿Cómo sabe que soy británico? - Sostuve el borde de su bata para que centrara su atención en mí.

- ¿Por qué no te sientas? - Palmeé las sábanas y aleteé mis pestañas en un conocido gesto que me otorgaba ventajas. - Así puedes continuar más cómodo con su conversación.

Podía jurar que en la cabeza de Lauren no era más que un cadáver desollado, la oscuridad de su mirada lo confirmaba. Por puro instinto toqué mi garganta. Suspiré internamente; aún no se podía asesinar a otra persona con la mirada. Aunque aquello tenía desventajas, ya hubiese podido deshacerme de Tyron sin necesidad de ensuciar mis manos con su sangre.

Matthew se acomodó en el reducido espacio que le había dejado a mi lado e instantáneamente atraje su mano hacia mi vientre. Él pareció sorprendido, no obstante, se las arregló para cambiar la postura por una de mayor confianza. No me gustaba para nada, pero debía ignorar ese detalle si quería hacer explotar a Lauren. La chica de seguro estaba desmembrando mis extremidades pero esbozó una sonrisa falsa para el castaño.

- No tenía la confirmación de su nacionalidad, aunque su acento lo delataba. - Dio un par de pasos hasta sentarse en el otro extremo libre de la cama. - Lo que nunca imaginé que fuese usted tan ajeno a las costumbres de su país.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻حيث تعيش القصص. اكتشف الآن