Ghost (Extra)

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Lauren

La felicidad podía definirse de disímiles formas. Para algunos el dinero era la fuente principal de este sentimiento, para otros yacía en las drogas, unos cuántos la definían como "momentos en familia o pareja". Serían incontables las maneras de denotar aquel estado de ánimo, pero para mí se resumían en los segundos que pasaba al lado de mi novia. Había estado enamorada de ella desde que la vi por primera vez con un lazo enorme sobre su cabeza y aquella torpeza inherente a sí misma que la convertían en el ser más adorable que hubiese conocido. Llevábamos alrededor de dieciocho meses saliendo formalmente porque en mi mente había imaginado tantas veces aquella probabilidad que ya estaríamos casadas con al menos cinco hijos. Aunque aún éramos muy jóvenes para pensar en eso y a mi chica no le hacía mucha gracia la parte de tener niños correteando por la casa. A pesar de todo ese tiempo, no tenía suficiente de ella. Iba a dormir con la visión de su rostro adormilado para despertar con una imagen tan impoluta que hasta la Venus de Botticelli sentiría envidia. Sus orbes cafés titilando cual par de ojos de tigre bajo la minuciosa lupa de un coleccionista de piedras preciosas me incitaban a desvelarme en la tersa piel de su cuello mientras bebía sus orgasmos. Ya la necesitaba.

Hoy era un día de esos en los que escaseaba el ánimo de adelantar mi tesis. Recogí los folios que se esparcían por toda la mesa de aquella biblioteca pública. Podía sentir las miradas de varias personas en mí, sólo sonreí de imaginar a mi novia murmurando improperios en contra de aquellos que osaban a hacer un mínimo contacto visual conmigo. En ese caso, la situación me parecía divertida, pero si algún joven hormonal recaía en la grupa de mi chica, era yo quién bullía de celos. Ambas compartíamos varios aspectos en común de nuestras personalidades; ser extremadamente posesivas la una con la otra formaba parte de esa lista. Acomodé el beanie negro en mi cabeza antes de entregarme a la fría atmósfera de un enero sombrío que se oponía al calor que emanaba de mi pecho sólo de contar los minutos que me separaban de ella. De seguro había pasado el día envuelta en edredones y páginas de Derecho Penal. Otra sonrisa tonta se dibujó en mi boca al vislumbrar el cuadro de una latina concentrada en la lectura con las gafas de pasta en la punta de su nariz, un trozo de pizza recalentada en la mesita de noche y los calcetines de plátanos asomando por debajo de la montaña de mantas. La nieve crujió bajo mis apresurados pasos que se desviaron de su camino habitual para detenerse justo en frente de una floristería. Suspiré resignada. Yo siempre había odiado los ramos de flores por cuestiones morales, sin embargo, desde que descubrí ese brillo especial en sus ojos cuando le regalaba una rosa, mi debacle interna entumecía sus sonoros reclamos. Su sonrisa lo valía.

En el metro tuve que luchar por mantener a salvo mi modesto presente, al menos tres personas amenazaron hacia la integridad del erguido tallo con su atroz desespero por abandonar el vagón en la parada señalada. Respiré aliviada cuando los pequeños copos blancos se adhirieron a mis mejillas una vez que retorné a la superficie. La ciudad se movía a su propio ritmo convulso, con turistas barriendo la Quinta Avenida para sacarse fotos exclusivas de Instagram y trabajadores más pendientes a sus teléfonos móviles que a ese cachorro abandonado que tiritaba bajo unas deshechas cajas de cartón. Miré la hora en el reloj de una tienda de artesanías. Debería estar en casa en menos de diez minutos, no obstante, sabía que ella me entendería si le explicaba el motivo de mi retraso. El animal agitó la cola débilmente una vez que me acerqué para comprobar su estado. Llevaba un collar azul alrededor de su peludo cuello y en el hueso dorado brillaba el nombre junto a un número de celular. Te juro que es por una causa justa, cielo. Quizás unos mimos y prepararle un desayuno especial me servirían de ayuda para negociar el perdón. Tecleé los dígitos en mi pantalla sin dejar de acariciarle el lomo oscuro a mi nuevo amigo. Nadie respondió, así que dejé de insistir luego de la cuarta llamada. Mi coartada ya estaría corroborada con la ayuda de Ghost.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora