Candace Y Richard

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Sólo porque alguien no te ame como tú quieres,
no significa que no te ame con todo su ser.

Gabriel García Márquez.

Camila

Veo a Axl correr sobre el pasto, detrás de él un perro flacucho y con bigote al que su dueño no le presta ninguna atención por no desatender su celular lo persigue de un lado a otro con la lengua de fuera, casi como si sonriera. Mi hijo ríe, se carcajea como un maniático porque el perro lo ha empujado por el trasero con su hocico y se ha echado a correr en espera de que sea ahora él quien lo persiga. Su cabello está enredado, y entre sus hebras se esconden algunas hojas de pasto seco. La mancha verde en las rodillas de su pantalón no saldrá fácilmente.

Yo todo lo veo entre paréntesis, como si asomara por el ojo de una aguja. Apenas y parpadeo. Me siento lenta aunque ya he conseguido dejar de llorar y he entrado en una etapa de aceptación; sigo en duelo, el dolor aún está ahí y me encuentro lejos de poder entender cómo pudo Liam hacer lo que hizo y cómo pude yo no darme cuenta, pero mi cerebro me ha dado una tregua y he conseguido dejar de atribuirme culpas que no me pertenecen y he logrado comprobar (aunque a ratos creo que no lo necesitaba porque ya lo tenía claro y en otros me invade la desazón que solo la desilusión del estrenado descubrimiento puede dar) que Liam es un mitómano narcisista egocéntrico que, por definición, no es capaz de sentir consideración por alguien más. A mi lado, encima de la manta donde me siento descansa mi móvil, apagado y a la espera de que yo me sienta lista para devolver las llamadas a Owen. Miro a mi hijo, todavía no puede atrapar al perro que bien podría ser la versión real de Golfo de la película La Dama y El Vagabundo. Él es todo lo que necesito para sentirme bien, la razón por la que despierto cada mañana, en él radica toda mi fortaleza. Y es mío, solo mío. Sé por qué quiere Owen hablar conmigo; sus padres están interesados en conocer a Axl, o tal vez, una vez más, estoy siendo demasiado ingenua y lo único que quieren es una explicación; cualquiera que sea el caso, ¡que esperen! Al menos merezco eso.

Merezco sentirme frustada.

Merezco estar dolida.

Merezco el tiempo que me estoy dando y merezco ser egoísta.

Lo que no merecí fue la mentira, la manipulación y el engaño; y no merezco ahora la presión, por lo que el teléfono seguirá apagado hasta que me sienta lista.

Los gritos emocionados de Axl hacen mi corazón aletear, corre sin parar de reír y da saltitos nerviosos, pues el perro parece más ágil que él y lo atrapa sin ninguna dificultad. No entiendo cómo Liam puede sentirse avergonzado de él. ¡Es su hijo! Y se parecen tanto... Debió amarlo incluso antes de que naciera. Debió amarlo desde el minuto que supo de su existencia.

Mi corazón se estruja, ahora sé que estoy pidiendo demasiado; Liam no sabe amar a nadie que no sea él mismo.

Ha pasado una semana desde aquella tarde en los Hamptons y no he sabido nada él, un hecho que me alivia en la misma medida que me inquieta pues nuestro hijo no ha dejado de preguntar por él, lo hace cada tarde a la hora del almuerzo y cada noche antes de acostarse. ¿Cómo se supone que le diga que no lo verá más?

Mi garganta se aprieta. Ninguna lágrima sale.

Guardo tanta desesperación dentro de mí que apenas y puedo dormir. Y me preocupa, me asusta no odiarlo, me inquieta sentirme más dolida que furiosa. Me alarmo solo de pensar que aún puedo seguirlo amando. ¿Qué tiene que hacerme ese hombre para que consiga matar este sentimiento? Es que solo de pensarlo me echo a temblar, y solo así es que consigo ponerme furiosa con él; porque no le odio, lo que odio es el amor que le guardo. Y es quizá esa la misma razón por la que he dejado de llorar; tengo tantas emociones, ideas, pensamientos, dudas y sentimientos que juntos se amontonan en una bola al fondo de mi estómago.

Nunca digas que no te supe amarWhere stories live. Discover now