Confesión

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En estos tiempos de cartón,
donde el amor se paga con plástico y los besos no se reciclan,
nadie quiere querer por miedo a perder.
Como si en el amor uno pudiera algo menos que zambullirse de cabeza
después de haberla perdido.
Amar siempre vale su tiempo,
aunque el tiempo del amor pueda acabarse.
Uno sufre por eso que amo,
sin entender que el vacío que siente también es amor.
Nadie llora porque el amor se terminó,
sino porque todavía no.

Lucas Hugo Guerra

Camila

Cierro la puerta con cuidado al tiempo que me llevo el teléfono a la oreja. Como ayer antes de dormir, llamo a Liam para saber cómo está nuestro hijo. Afuera hace un día soleado pero fresco, sobre el agua azulona de la alberca rebotan brillando iridiscentes los rayos del sol. No puedo evitar mirar la tumbona sobre la que estuve encima de Lex anoche.

—No esperaba tu llamada tan temprano —el tono cortante al teléfono me hace apartar la mirada—, o en lo absoluto.

—Son las diez de la mañana, no es tan temprano. Por cierto, buen día para ti también —ironizo—. ¿Cómo está Axl?

Un gruñido que él consideraría indigno si saliera de mi boca llega a mí a través de la línea.

—Bien, aunque no quiso nada de lo que se le ofreció para desayunar —mantiene el tono cortante.

—Qué raro, él come todo lo que le sirvo. Lo único que no soporta ni un poco son los champiñones y los chícharos, aparte de eso puedes darle cualquier cosa.

—Pues no quiso fruta ni huevos ni panqueques. Rechazó también un sándwich de pavo y las tostadas. Nada de lo que le preguntaba parecía apetecerle.

—A ver —le pido que pare, incluso levanto mi mano aunque sé que no puede verme. He comenzado a caminar de un lado a otro alrededor de la alberca—. ¿Me estás diciendo que le preguntaste qué era lo que quería desayunar?

—Pues sí.

—¡Por el amor de Dios, Liam! —El movimiento en la ventana frente a mí atrae mi atención. La mamá de Lex me observa desde la cocina, y seguramente me ha escuchado también puesto que levanté la voz—. ¿Cómo se te ocurre preguntarle a un niño de tres años qué quiere comer? ¡Te dirá que dulces y una malteada!

—A Max siempre se le pregunta.

Mi humor se ensombrece más cuando menciona a su otro hijo. Sé que ese niño no tiene culpa de nada, pero no puedo evitar sentir rechazo hacia él, y me odio por eso.

»Es una manera de enseñarles desde pequeños a tomar desiciones.

Sé, por la condescendencia con la que me habla y la manera en que muerde las palabras, que estamos de camino a una pelea. Lo que no me queda claro es por qué vamos a discutir, por Axl o porque aún no digiere haber visto a Lex ayer en mi departamento.

—Bien, pues puedes enseñarle a Axl a tomar decisiones preguntándole de qué sabor quiere su helado o si quiere ponerse hoy una playera azul o una blanca, pero no preguntándole qué quiere desayunar porque estoy segura de que no escogerá nada saludable o nutritivo.

—Deja de joderme, Camila, si mi hijo no quiere comer algo no voy a obligarlo. No me vas a enseñar a ser padre.

Me laten las sienes, puedo sentir mi pulso acelerar y la voz odiosa de mi mamá susurrarme. Y odio que tenga razón, porque es cierto que si Liam es permisivo con Axl nuestro hijo puede preferir pasar más tiempo donde no hay reglas, es un niño pequeño y aún demasiado impresionable.

Nunca digas que no te supe amarWhere stories live. Discover now