Una mañana de películas

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Lex

Doy un vistazo alrededor, el departamento está en silencio y no veo a Catrina por ninguna parte. Trato de incorporarme, pero una punzada en la espalda baja me detiene. El cuello también me duele. El sofá es menos cómodo de lo que parece.

—¿Dónde está tu mamá?

—Me dijo que la esperara en la habitación mientras se bañaba —dice sin verme a la cara, su mirada está en mis brazos desnudos y en los tatuajes que en ellos llevo— ¿Tu mamá no te degaña porque te hagas dibujos en el puerpo?

La pregunta me hace sonreír. Él parece bastante serio.

—No son dibujos, son tatuajes.

—¿Qué es un tutuaje? —Arruga el entrecejo.

—Esto es un ta-tua-je. —Señalo el microphone en blanco y negro que decora mi piel—. Son como los dibujos pero estos no se borran, se quedan para siempre contigo, no importa cuánto los laves, no se irán.

—Guau —exclama sorprendido, abriendo mucho los ojos—. ¿Son mágicos?

—Algo así.

Asiente con la mirada de regreso atenta a mis rayones, un ceño concentrado le surca la frente, es específicamente el de Catrina que llevo tatuado en mi antebrazo izquierdo el que llama su atención.

—Ella se parece a mi mamá.

—Sí, lo hace.

Lo admira por unos segundos más y luego aparta la vista para enfocarla en el televisor apagado y después a mi rostro.

—¿Me pones una peluquila, por favor? La de Toy Story donde Woody se quiere deshacer de Buzz.

Me mira atento esperando una respuesta, pero mierda, no sé a cuál maldita película se refiere, sé que existen varias llamadas así pero no sé de qué se trata ninguna. Aún así le digo:

—Claro, sólo dime dónde están.

Me sonríe y rápido camina hacia el juego de entretenimiento del cual abre una puerta y señala dentro.

Me levanto del sofá mesajeándome la nuca y estirando la espalda antes de sentarme en el suelo frente al mueble de madera para poder buscar la jodida película. Por supuesto, encuentro las tres. Él me señala de inmediato la que quiere, luego corre a la cocina haciendo sonar sus plantas contra el piso.

La película ya está comenzando cuando lo veo regresar cargado con dos lechitas de soya. Me entrega una sabor fresa y se trepa junto a mí en el sofá.

-Mamá te va a degañar -me advierte, y yo lo miro sin comprender. Él se ríe-. No pusiste la peluquila en español. Eso es hacer trampa. 

-¿Qué?

Vuelve a reír.

-La peluquila, -señala el televisor-, no está en español.

¿Por qué debería estarlo?

-Pero tú hablas inglés -respondo aún sin entender a qué se refiere.

Él simplemente se encoge de hombros y clava el popote en su lechita.

Puede deberse al hecho de que esperaba más preguntas de su parte, como ayer, que unos minutos después me sorprendo relajado atento al televisor y bebiendo del líquido azucarado. Así es como me encuentra Catrina, que entra al pequeño salón con un short que apenas puede llamarse así y una blusa recortada que me deja apreciar una vez más, al menos en parte, el encaje rojizo de su sostén.

Enarco ambas cejas, tomando una buena vista de su atuendo.

No sé qué tiene esta mujer que solo de verla se me pone dura sin mucho esfuerzo. Incluso su mirada me vuelve loco. Y esa boca carmesí, tengo algunas ideas para ella.

Nunca digas que no te supe amarWhere stories live. Discover now