Sólo tú, hasta que muera

168 13 6
                                    

De no ser por esas veces que cometo
la gran barbaridad de ponerme a pensar,
o por esas otras veces en que cometo
la gran estupidez de no olvidar,
de meditar mirando al techo al despertar,
de imaginar cualquier cosa.
De no ser por esas veces en que suelo repirar,
podría jurar que no te recuerdo de nada...

...Por eso casi sé cuando me estás pensando.
Por eso creo saber cuando de mí te olvidas.
Y sé que como yo quisieras poder sólo parpadeando
echar el tiempo atrás en nuestras vidas...

...Estoy en esos tiempos en que gota a gota la mente se agota,
pasan los días y apenas lo notas.
La rutina es implacable,
el mal humor te arropa
y luces como un don nadie con cualquier ropa.
Pero te juro que ¡estoy harto!...

...¡Ya estoy harto!

Maquiavélico, Canserbero.


Liam

Culpable. Era todo lo que tenía que decir. Me declaro culpable.

Malhumorado me alejo de los juzgados, con maletín en mano me apuro por llegar a donde me espera el chófer con mi auto. Estoy irritado, este arraigo se complicó más de lo que debería, si el idiota de mi cliente hubiera hecho lo que le dije, ahora mismo estaría pagando la fianza y todos felices a nuestras casas. (Yo no tanto). Pero no, el imbécil se declaró inocente de todo cargo y ahora tendremos que regresar aquí para un juicio, cuando perfectamente todo se pudo haber solucionado hoy diciendo las palabras mágicas: Me declaro culpable. De todos modos, no es como si estuviera mintiendo.

Tan ensimismado como estoy pensando desde ahora en un plan de defensa que saque su culo criminal de la cárcel, presto poca atención a lo que me rodea. Y casi me lo pierdo, es apenas un borrón rojo en el rabillo de mi ojo que hace mis pies titubear, deteniendo mis pasos frente a un puesto de revistas, empeorando mi humor, mi día y mi puta vida. Apenas puedo creer lo que veo, la misteriosa mujer a la que el drogadicto de Lahm besa. Podría ser cualquiera, con su cabello teñido cubriendo parte de su rostro y esos lentes oscuros, es una más del montón. Pero ese lunar, el maldito lunar la delata. Los mismo que sus labios rojos.

Mis oídos pitan.

En mi pecho una sensación desagradable y conocida me tortura.

Estorbo, en mitad de la acera corto la circulación y retraso a los transeúntes que sin ningún tipo de reparo me golpean con el hombro, maldicen a mi espalda y me insultan. Debería moverme, pero no consigo hacer reaccionar a mis pies y mis ojos se niegan a parpadear. Ni siquiera logro procesar un pensamiento claro. Todo lo que puedo hacer es mirar y sentir.

-Muévete, idiota.

El consiguiente empujón me lleva hasta el abarrotado puesto que parece tener un jodido collage del vocalista. Entumido tomo una revista y dejo un billete de diez a cambio, ignorando las voces del anciano que me dice que tome mi vuelto.

«Alexander Lahm es captado besando a misteriosa mujer» se lee en la portada.

Espero hasta llegar a mi auto para abrirla, pasando las páginas con prisa, rompiendo algunas en el proceso. Quiero romper algo más que eso. Mis manos se detienen casi a la mitad, en una foto de tamaño completo donde se les ve tomados de la mano.

Aflojo el nudo de mi corbata. Me seco la frente. De pronto mis manos sudan.

-¿Adónde, señor? -pregunta mi chófer.

Nunca digas que no te supe amarWhere stories live. Discover now