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                                       Adéntrate, peregrino, lentamente por el sendero de las palabras perdidas...


Cuando Niva abrió la puerta desvencijada de la choza un chirrido como espadas en batalla hirió la noche; un olor a madera antigua le recordó que era el último en llegar, por lo que todos estaban tranquilos, aunque expectantes. Fuera, cientos de aldeanos se agolpaban portando velas encendidas. Ïstar se acomodó entre los que le esperaban, juntó los dedos pulgar y corazón de ambas manos, había llegado la hora. Niva llevaba acunada en su túnica a la bebé recién nacida, se sentó a la cabecera de la cama, y dejó a la pequeña encima de la almohada de Rodo.

La llama nunca se apaga

Honran la vida almas de luz 

Arrebatan el fuego almas oscuras 

Noche sin luna luz sin sombra 

Peregrina la muerte pieles vacías 

Extingue los fuegos fatuos

Besa la llama eterna

Rodo yacía sobre el cómodo lecho de pieles, desnudo, como cuando nació, bajo el lienzo suave de la Honestidad, que olía a bergamota, con un gran triskel bordado toscamente en el centro. Niva le besó la frente. Todos habían formado el círculo de Respeto, el gran maestre esbozó su última sonrisa en una leve mueca casi sin fuerza y, mientras una lágrima rodaba en dirección a su oreja derecha, sus pupilas se dilataron. Todos miraron a la bebé. No lloró, no se movió, pero mantenía los ojos sorprendentemente abiertos para su escaso tiempo de vida.

—Es buena señal, dijo Niva mientras se dirigía a Ïndar, cuidándose de no rozar a la pequeña, que estaba embutida hasta las axilas en una toca negra, dejando sus bracitos agitar el aire.

—Lo sabremos si al octavo día se produce fuego fatuo en camposanto —contestó Ïndar. —Lo sé ya —añadió Niva, el BesaSueños, mirando los ojos negros como el azabache de la bebé, brillantes como ascuas.

—Sabes leer bien las señales —dijo Ïndar, que también las quiso entender de la misma forma—.

Tú también, querida Ïndar, nunca he conocido a una Susurradora de Difuntos más eficaz... —a lo que después de un largo silencio añadió, mirando por la ventana Los caminos hacia la Muerte no son tan inescrutables.

Durante la hora de rigor nadie tocó a la pequeña bebé, de ojos oscuros como noches sin luna. Ni el cuerpo inerte de Rodo. Ella no protestó, sino que se quedó profundamente dormida, relajada. Tampoco se deshizo el círculo del Respeto, todos seguían aún sosteniendo las manos de los compañeros, rezando, como ordena la tradición más ancestral que rige la ley de Sucesión.

La habitación era amplia, con grandes piedras desiguales superpuestas, y una gran chimenea a los pies de la cama de Rodo. El suelo era de ladrillos de arcilla rojiza, pero se había oscurecido por años de tránsito y lavados a base de cepillo mojado con agua y jabón. A la izquierda, una mesa y dos sillas de madera con brazos, oscuras y viejas, pero bien cuidadas, separaban la cama de la ventana. Al lado derecho, un gran sillón de piel de búfalo mostraba la huella del tiempo y el uso, humilde, en un dormitorio sin un solo cuadro. Ni siquiera un espejo. En la cabecera de la cama, donde poco antes había estado sentado Niva, un baúl de cuero y cintos servía para guardar la ropa y como asiento. En los pies de la cama, a un par de metros escasos de la chimenea, un arcón de madera labrada escondía los secretos del gran maestre: libros, utensilios y pequeños objetos personales. Al lado de la chimenea, una jofaina de cerámica, se erguía en el palanganero a juego con las sillas y mesa. La estancia desprendía un olor a cuero, madera y papel que podría calificarse de ancestral.

Al día siguiente, una vez concluida la Ceremonia de Herencia cumpliendo rigurosamente la Ley de Sucesión, Rodo fue depositado en una caja de madera pulida y ribeteada de símbolos grabados a fuego, con un triskel de cobre incrustado en el centro del ataúd. Era una caja sencilla pero nada tosca, en absoluto, bien terminada, hecha con esmero, perfectamente lisa y con acabados que llevaron meses de trabajo. El respeto que le profesaban los asistentes se mostraba en forma del silencio más absoluto mientras portaban el féretro sosteniéndolo sobre las cabezas. Niva observaba a Ïstar cómo avanzaba en la comitiva, su larga cabellera con mechones trenzados entremezclados entre su pelo, su andar como si levitara, su capacidad para girar la cabeza cuando se sentía observada, justo como en ese momento. Centenares de personas aparentemente mudas conformaban el cortejo. Sin embargo, al llegar al santuario, los Caballeros de la Orden de Fuego entonaron el cántico del ritual profanando un silencio que casi se podía cortar con cuchillo.

Procedamus in pace 

In nomine Igni, 

Amen Cum angelis et pueris, 

fideles inveniamur

...

Ïstar, absorta en sus pensamientos, había fijado la vista en un punto indefinido, como cuando lo relativizaba todo perdiéndose en su mundo interior.

Niva, mientras, susurraba el cántico sagrado juntando los dedos pulgares y corazones. Haber conocido a Rodo fue todo un honor y haber compartido el camino de la vida, un profundo placer. No estaba seguro de poder encontrar a alguien digno de Heredar, pero cuando Ïndar le habló de Shae, la herbolaria de Cafister, no tuvo duda. Cafister, la aldea vecina de la populosa Tari, donde se encontraba el único camposanto de todo el condado de Salce, uno de los territorios más prósperos del sur. El santuario de Tari, Santari, sede de Los Caballeros de la Orden del Fuego, fue construido por el caballero fundador de la orden, primer conde de Salce, en honor al Fuego Destructor y Creador. El cementerio de Santari se dividía en tres, el reservado para los caballeros elegidos por el Fuego, las sacerdotisas, las sanadoras, los maestres y toda aquella persona cuya vida fuera de honestidad y nobleza. El camposanto de las luces simples, aquellos individuos que por miedo o pereza nunca buscaron siquiera cuál era su lugar en el mundo, y el perdedero de los fuegos fatuos, donde se enterraban a aquellas personas que, por su comportamiento, no dejaban brillar su luz interior y los aldeanos preferían que su fuego se extinguiera a que alguien lo heredara.


Susurradora de difuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora