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Los ducatis estaban alterados. En las calles se oían las protestas y los charlatanes pronosticaban la llegada de un nuevo mesías como solución a sus problemas. Un recién nacido que traería prosperidad y paz a una región castigada por las guerras entre señores por ver quién prevalecía y cobraba los impuestos más altos. Un elegido nacido de una madre con una marca de trisquel en el hombro, que acabaría con la injusticia y el hambre de los desfavorecidos.

Ducati era una ciudad próspera, con los inconvenientes que toda prosperidad conlleva: políticas en búsqueda de poder, corrupción, prohibiciones, contaminación, exceso de población y escasez de recursos. La gente se había vuelto despreciable: egoísta, malpensada, desconfiada. El odio, el rencor y la venganza eran el pan nuestro de cada día para aquella comunidad y cualquier resquicio de humanidad que algún día habitó en sus corazones había sido desterrada por una continua lucha por la supervivencia.

Una comitiva real acababa de llegar a la Ducati. Las monumentales puertas de la muralla daban paso a una ciudadela que había robado a la naturaleza hasta el último reducto. Ante aquellas puertas, allí estaba una de las carrozas pequeñas de la realeza y un par de equites, soldados a caballo o caballeros, y seis velites, soldados de a pie, de la guardia real. Piedra, hierro, madera, paja y barro monopolizaban aquella montaña que en algún momento fue salvaje. Una montaña donde los árboles milenarios convivían con ciervos, osos y espectaculares padurkos, poderosos animales con la corpulencia de un oso gigante, las fauces de un diente de sable y una larga y potente cola que usaba como un látigo. Ahora todos estaban relegados al Bosque Neblina, donde antaño solo vivían especies nocturnas poco acostumbradas a la luz del sol y toda suerte de alimañas.

El séquito real continuaba su camino ante los ojos expectantes de los ciudadanos hasta el Castillo de Bellacruz, en la cima de Ducati. Aquella fortaleza hecha de mármol blanco contrastaba con la oscuridad de toda la ciudad que, con su suciedad y sus colores apagados, parecía de otro planeta o de las profundidades del bosque.

El Bosque Neblina se extendía detrás de la montaña donde los ducatis habían levantado su ciudad. Siembre estaba cubierto por una densa niebla que convertía a todos los seres que allí vivían en poco más que sombras. Sin embargo, el Bosque Neblina había tenido la generosidad de albergar a todas las especies que huyeron de la sobrepoblación humana de Ducati. Todos los animales que allí vivían habían encontrado el equilibrio en cómo comerse unos a otros. Los nanderti, grandes simios avanzados que otro tiempo poblaron la montaña, eran los que gobernaban el Bosque Niebla. Seres omnívoros como el ser humano, nunca mataban a otras especies si no era para comer. Jamás se hicieron con una piel de padurko por lucir vestimenta si no había servido antes como alimento. Jamás arrancaron una flor para lucirla si no la habían recolectado para sanar a los suyos, los nanderti, a pesar de sus rasgos humanoides, eran animales con conciencia de pertenecer a la Diosa Madre y corazón para amarla y respetarla. Pero endiabladamente bélicossi se sentían amenazados, y de una organización demencial.

A pesar de los intentos de la ciudad por exterminar la naturaleza volcando sus detritos en una gran tubería que desembocaba en el mismo bosque, la vida en Neblina había retrocedido lo suficiente para no tener que soportar el mal olor de los ducatis. Como resultado natural, los animales que no habían crecido en contacto con el hombre, se volvieron aun más salvajes, casi tanto como el propio ser humano.

Tras seis días de trayecto por todo tipo de caminos, las ruedas de la pequeña carroza decidieron no dar una vuelta más sin protestar y en plena subida se partió el eje de una de ellas. La carroza se ladeó y los velites se dispusieron a bajar a los ocupantes. Bajaron dos mujeres, una de ellas con grilletes. La mujer libre llevaba las ondas de sus cabellos recogidos, dejando caer algunos mechones como cascadas doradas que lucían pequeñas perlas y flores. Vestía con ropajes color borgoña dignos de la realeza, suaves y limpios en los bajos, señal de no haber sido arrastrados por fango alguno. Colgado al cuello, el blasón de los Condes de Muri engastado en piedras preciosas, diamantes para las flores de lis, perlas para las puntas de la corona y zafiros para el cetro. Sin duda, se trataba de la Condesa de Muri. Sin embargo, la mujer encadenada vestía con humilde ropa de lino y algodón sin teñir, aunque llamaban la atención sus finos bordados en colores rojizos, tierra y ocres, tan bien combinados. Inmediatamente llamó la atención de todos.

La realeza despertaba admiración y temeridad en el pueblo, por algo eran descendientes directos de Samura I, elegida la primera Suma Sacerdotisa por la Diosa Natura en la Era Primigenia. Pero la nobleza, acostumbrada a tratar directamente con la plebe desde la tiranía, no era bien considerada, a menos que viviera directamente en el Castillo de Bellaverabajo la protección del mismísimo Rey Iskar, decimoprimer descendiente de Samura en la Era III.

Cuando los ducatis allí presentes se percataron de la escena empezaron a susurrar. «Es una esclava», «será parte de un motín de guerra», «es una bruja que llevan para que adivine el futuro del rey».

Por fin pudieron verle la cara a aquella misteriosa mujer. Era una mujer de tez clara, ojos grandes y rasgados de largas pestañas, labios ligeramente carnosos y rasgos simétricos. El pelo lo llevaba recogido en una larga trenza de la que se escapaban mechones alborotados de aquí y de allá.

⎯Es una bruja, sin duda, es hermosa como la tentación del diablo ⎯dijo uno.

⎯No es ninguna bruja, palurdo, es una sanadora ¿no ves las manos tatuadas con lo símbolos de la Diosa Madre? ⎯contestó una mujer vestida con harapos.

⎯Yo conozco a esa mujer, crecimos juntas, es una sanadora, sí ⎯afirmó la panadera, asomada con tanta curiosidad como el resto.

⎯¿La conoces, Rou? ¿Quién es? ⎯preguntó Bafay, el marido de la panadera.

⎯¿No te acuerdas? Mírala otra vez, bien que le tirabas los trastos antes que a mí, querido esposo.

⎯Me quiere parecer... ⎯Bafay engurruñe los ojos afinando la vista, y comienza a hacer memoria mientras no deja de mirarla concentrado⎯, no puede ser...

⎯Claro que puede ser ¿no ves que es ella? Más inteligente que todos nosotros juntos, que tuvo la capacidad para irse de aquí. Es nacida ducati, pero ciudadana de Cafister: Shae Campos Belroy.

Susurradora de difuntosWhere stories live. Discover now