20

6 1 0
                                    

La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Era la máxima de las sanadoras, capaces de manipular la energía para restablecerla, equilibrarla, y así sanar a los entes portadores, es decir, la vida. Cualquier ser vivo podía alterar su energía sin saberlo, pero Shae no solo la localizaba e interpretaba sino que dominaba perfectamente cómo manipularla. Los nudos de energía del cuerpo, su conexión con los órganos... Su capacidad para hacerla fluir era prodigiosa, pero solo ella sabía hasta donde podía llegar. Qué gran secreto para no poder compartirlo con nadie. Ser sanadora. 

Shae observó durante diez eternos segundos, en silencio, dejando que la existencia le susurrara al oído toda la realidad. Porque no solo se escucha por los oídos. Porque los oídos hay que enseñarlos a escuchar usando todos los circuitos disponibles que incluían hasta el tacto y, por supuesto, ese sentido tan importante y poco trabajado que podía potenciar tanto las posibilidades de un ser humano, la intuición. Shae era un gran órgano de sentir con una capacidad de recepción de información fuera de lo común. Por eso, nunca fallaba cuando emitía un juicio de valor o recomendaba unas hiervas. Era infalible. 

Oler, mirar, escuchar... Sentir. En una mente entrenada como la suya, las sensaciones eran tramitadas a la velocidad de la luz.

⎯No sé si arrepentirme ya ⎯susurró la sanadora mientras se apoyaba sobre el cuerpo semi inerte de Soho, palpando su energía.

Se puso de rodillas sobre aquel hombre misterioso que yacía desparramado en el suelo como un ramo de flores que se arroja al aire desatado. Se apoyó con la izquierda sobre el oblicuo y con la derecha taponó la herida con la palma, presionando. Cerró los ojos y visualizó la energía propia y ajena.

⎯No puedo creer lo que estoy haciendo... ⎯suspiró.

Igual que había hecho a escondidas con la niña del que ella pensaba el rey. Las activó, las conectó y cerró el círculo.

De repente, como si se estuviera ahogando, Soho recuperó el conocimiento, desnortado aún, pero consciente de todo.

⎯Sabes que no puedo dejar que te marches así por las buenas... ⎯susurró Soho mientras intentaba agarrar la vida de nuevo.

⎯Y ¿quién se supone que me lo va a impedir? ¿Tú? ⎯preguntó sin la más mínima intención de ofender, casi dándole risa.

⎯No puedes irte ⎯insistió.

⎯Claro que puedo, por todos los demonios, y lo haré ⎯sentenció mientras una pregunta le intoxicaba la neurona, impidiéndole huir de aquel lugar a galope tendido.

⎯No puedes irte, necesitas saber... ⎯dijo casi balbuceando aún mientras se recuperaba.

Shae, aún de espaldas a Soho, sintió la tensión en el aire. Había algo en la insistencia de Soho que la hacía dudar, una urgencia en su voz que no podía ignorar. Algo que se le escapaba a su intuición y eso no le gustaba. Se detuvo, su mano todavía en el picaporte de la puerta, y cerró los ojos. Recordó brevemente los momentos que había compartido con Reys... Le asaltaba la imagen de su marido y su hija. No quería sucumbir al dolor. No era el momento. Negó con la cabeza como si pudiera deshacerse de las desgracias sacudiéndoselas. Pero solo era necesario aplazar el duelo, era su forma de rechazar la idea. Llegado el momento lloraría su muerte. Sí, ese vacío y esa extrañeza que la invadía y que no quería admitir era su llama extinguida. Ya no estaba, no podía sentir su calor en el corazón. En el momento que apareció el halcón lo confirmó. Pero no quería que fuera... "¡Diosa madre! ¿Por qué esta injusticia?".

Respiró profundamente, solo una vez, y se centró de nuevo. Miró a aquel hombre. Había una profundidad en él que aún no lograba descifrar completamente. Esperó, como si los momentos fueran determinados por sí mismos y no producidos por las acciones de los seres vivos. Y, mientras esperaba, sintió una corriente de aire frío que se colaba por una rendija de la ventana. La brisa movió ligeramente una vela encendida sobre la mesa, y su llama titiló como si estuviera bailando al son de una melodía inaudible. Shae observó cómo la luz de la vela se reflejaba en los ojos de Soho, creando un juego de luces y sombras en su rostro. Era como si esa pequeña llama estuviera conectada de alguna manera con el momento presente, un símbolo de la frágil línea entre la verdad y el secreto, entre la vida y algo más profundo y misterioso. En ese instante, una mariposa nocturna entró a la habitación, atraída por la luz de la vela. Revoloteó alrededor de ellos, como si fuera un testigo silencioso de su conversación, antes de desaparecer en la sombra. Shae no pudo evitar pensar que esa mariposa era un presagio, un mensajero de la Diosa Madre, de la propia naturaleza, que venía a recordarles la volatilidad de lo físico y la conexión entre todas las formas de vida, en lo espiritual. Quizás no había sabido interpretar la conexión con Soho, y había llegado allí por un motivo superior. No podía proyectar su dolor en el mensajero pero, de todas formas, tampoco podía ignorar que entre todos los de ese castillo la habían arrancado de su hogar y confabulado para que no escapase.

Soho, por su parte, luchaba con su propia turbulencia interna. Sabía que revelar demasiado podría alejar a Shae, pero ocultar la verdad también era un riesgo. Recordó las palabras de la profecía, cómo cada sílaba resonaba en su mente desde que era joven. Shae era más que una sanadora; ella era clave en un destino mucho mayor, un destino que también era suyo. "¿Por qué me siento así?", pensó Soho, su mente un torbellino de emociones conflictivas. 

Shae, aún inmersa en sus pensamientos, se volvió lentamente hacia Soho. Su mirada era imposible de descifrar, de una profundidad insondable. Soho la miró, sopesando sus opciones. Sabía que este era un punto de inflexión, un momento que podría definir el curso de todo lo que estaba por venir.

⎯Que yo quiera saber no quiere decir que se me vaya a informar ⎯pensó en voz alta, sin resignación, pero aceptando la realidad. Por el momento.

⎯¿No quieres saber? ⎯inquirió Soho. 

⎯Sí ⎯intuyendo sombra en las palabras de aquellos ojos misteriosos ojos verdes.

⎯¿Entonces?

⎯Para saber es necesario preguntar a la persona adecuada ⎯añadió Shae, segura de sí misma.

Soho la miró con sus penetrantes ojos, como si una mirada pudiera arrebatarle el arrojo y hacer que sucumbiera a su reclamo.

⎯Soy la persona adecuada para ti ⎯concluyó.

⎯La persona adecuada para mí conoce las respuestas a mis preguntas ⎯matizó la Sanadora.

⎯¿Crees que yo no las sé?

Shae se acercó levemente, se inclinó y en un gesto de benevolencia le acarició el pelo.

⎯Ni siquiera sabes cuáles son mis preguntas ⎯y se alejó hacia la salida.

La Sanadora ya estaba en el quicio de la puerta, marchándose, y aquellos ojos verdes la dejaron ir, entre embelesados y agradecidos. Aparentemente.

Cuando la sanadora hubo abandonado la habitación, Soho se incorporó, se pasó la mano por la frente, robándole el placer a sus neuronas, y recapacitó: no podía dejar escapar a la Sanadora, según la profecía, era la futura madre del Salvador.

Susurradora de difuntosWhere stories live. Discover now