19

5 1 0
                                    

Milanesa seguía vendando el costado de Soho con cuidado, tanto uno como la otra parecían tener experiencia en el tema. Después de comprobar que el vendaje estaba firme y aguantaría todo el día, aquel hombre de ojos verdes volvió a mirar a Shae, que aún dormía con los brazos en alto, exhausta, colgando de cadenas que enrojecían su piel blanca.

⎯No creo que sea necesario... ⎯recapituló Soho.

⎯¿Quieres que te apuñale otra vez? ⎯preguntó Milanesa.

⎯No me apuñaló ella ⎯confesó.

⎯En todo caso, me llevo la llave ⎯se despidió echando la llave de los grilletes a su bolsillo⎯, descansa y no te mueves más, has perdido tanta sangre que ...

⎯Estoy bien, no te preocupes ⎯dijo Soho esbozando una sonrisa tierna y agradecida.

⎯Lo dicho ⎯sentenció Milanesa acariciándole la cara⎯, descansa y olvida por ahora profecías ni calenturas de cabeza.

Como un gato negro se ciñe a la oscuridad para ocultarse, Milanesa desapareció por la puerta sin dejar más rastro que su perfume a rosas ocariocas.

Quiso la casualidad que no se topara con el archiduque que, ataviado en exceso como la costumbre en palacio, se dirigía en busca de Soho para poder establecer una conversación en total intimidad, justo en su dormitorio.

El archiduque tocó en la puerta y el hombre almizcle dudó si abrir o no. Al oír el sonido de la voz de quien se atrevía a molestarlo, Soho optó por salir e intentar alejar de su dormitorio a curiosos y problemas añadidos lo máximo posible.

⎯No puede ser que aún no hayas aprendido la lección ⎯dijo el archiduque mientras paseaba por los anchos pasillos del palacio, alfombrados en el centro para facilitar los paseos. Pasear, esa acción tan beneficiosa para las artimañas y alimañas de palacio, que tan bien servían para alejar curiosos que para acercar intereses.

⎯¿Qué? ⎯preguntó Soho aún recuperándose de la puñalada, con la cabeza en otra parte.

⎯¿Otra vez cazando jabalíes sin montura? ⎯inquirió mientras le señalaba el vendaje pensando adivinar el origen de la herida.

⎯Ah, sí, bueno, ya sabes, la cabra tira al monte...

⎯Es tremendamente peligroso enfrentarse a ellos, si no los matas a la primera, arremeterán contra quien les ha herido hasta agotar sus fuerzas ⎯continuó⎯ ¿qué digo agotar sus fuerzas? Capaces de seguir batallando aun muertos...

⎯Sí, sí, animal tozudo todo él... ⎯continuó sin centrarse por completo en la conversación, deseando que terminara para encontrar hueco encima de las pieles de la cama.

⎯Bueno, en fin, yo... En realidad venía a compartir que Ivy se recupera de forma asombrosa. Para mí... No sé cómo expresar... ⎯casi balbuceaba las palabras.

⎯Me hago cargo, entiendo perfectamente la situación ⎯añadió el hombre vendado a un cúmulo de sentimientos que no encontraba palabras para vestirse decentemente.

⎯Ni siquiera quiero decirlo en voz alta, en realidad no está curada, pero incluso haber llegado aquí me parece un milagro. Es... Ahora sé que se curará. Lo sé. Yo...

⎯Ve en paz con Ivy, agradece con hechos a quien bien te quiere y besa a tu hija de mi parte ⎯se despidió Soho.

⎯Besar a Ivy... ⎯dijo mientras los ojos se le llenaban de lágrimas⎯ es algo que no hago desde... ⎯suspiró⎯. No lo recuerdo ⎯confesó.

Archiduque y herido tomaron caminos opuestos, cada uno en dirección de sus aposentos con sus pensamientos inmersos en cuestiones tan distintas como sus mundos individuales, y tan parecidas como el egoísmo de pensar que sus problemas eran los más importantes.

Soho entró en su dormitorio, se acercó a la cama y se sentó. Algo no iba bien. Se volvió a levantar y perdió el conocimiento.

Cuando Shae abrió los ojos horas más tarde, un gran tapiz de la Profecía se abrió paso entre los tenues rayos de luz que intentaban hacer reaccionar sus pupilas. Era el tapiz sagrado, con el emblema de la Casa Real, del rey Iskar. La historia real, sin tergiversar por la deformación de lo transmitido de boca a boca, sin intencionalidades. Forzó la vista para intentar visualizar la escena al completo, pero solo pudo atisbar la imagen de un guerrero con salvaje melena pelirroja en una armadura cuyo casco le cubría la cara con una visera de triskeles. El guerrero portaba a Lis y la blandía contra un colosal monstruo que desgarraba la piel y los músculos para cercenar hasta los huesos. Una escoria grandiosa cuyas alas albergaban perdederos, roba almas y demás alimañas con forma humana, abocados a desaparecer sin dejar rastro por culpa de intentar mejorar sus vidas mediocres a base de maldad y egoísmo. No podía observar nada más, así que se inclinó hacia delante justo lo suficiente como para darse cuenta de que Soho, desparramado en el suelo sobre una mancha de sangre, había perdido el conocimiento. De repente, perdió todo el interés en el tapiz y se quedó pensativa, mirando la escena como si de una obra de teatro se tratara. Tan solo un instante, pero con el peso de la eternidad sobre la vida de Soho.

⎯Perdóname, Reys ⎯dijo con pesambre.

Y los grilletes cayeron al suelo víctimas de la voluntad de Shae, algo que no solo el pueblo hubiera llamado brujería.

Susurradora de difuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora