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Las nubes llueven para poder mirarse en los charcos. Verse reflejadas, sinuosas, tras un ataque de tristeza líquida. Pero la noche no permite que los charcos se vuelvan espejos, sino que son pequeñas trampas de rencor húmedo para zapatos despistados. Soho los pisó todos, más concentrado en cargar con Shae, desvanecida por la leche de samuco que impregnaba el pañuelo que le puso en la cara, que en evitar que sus botas se empaparan. Su trenza, hostigada por el felino, se había terminado de soltar y el pelo, separado en mechones de cabello alborotados, protestaba aquí y allí: enredado en el cinto de Soho, suelto casi rozando el sueño, sobre el pecho de Shae, cubriéndole parte del rostro, enredado en sus pobladas pestañas... La piel de Shae resplandecía en la noche, y cada vez que se acercaban a una antorcha de pared reverberaba como nieve que apaga un volcán.

El recorrido por los pasillos de piedra era como una aventura siniestra. Enormes cuadros cuyos habitantes acechaban entre antorcha y antorcha, oscuros tapices de cacerías que intentaban restarle helor a la piedra, pesadas alfombras que intentaban humanizar un lugar tan frío y falto de cariño... A pesar del largo trayecto, a Soho no le pesaba Shae y, en alguna ocasión en la que requería del uso de las manos para girar una llave o abrir un picaporte, se la echaba al hombro sin demasiado esfuerzo, como un saco de plumas.

Shae era consciente de su inconsciencia, su fuerza vital le impedía sucumbir del todo a la droga. En su estado de duermevela, percibía la realidad distorsionada, como los sueños en los que crees estar despierto, pero no. Una capucha que escondía a un ser tenebroso la arrastraba hasta las mazmorras, oscuras y frías, sin que ella pudiera hacer nada. Antorchas que iban y venían, iluminando desganadas la oscuridad de la noche, conscientes de su inferioridad en la lucha. Una enorme serpiente parda adormilada por el frío, siseaba intentando captar alguna fuente de calor con la lengua...

-Reys... -susurraba entre las tinieblas de su inconsciencia.

Cuando llegó a sus aposentos, Soho dejó a Shae sobre la cama. La observó durante un instante, metió las manos por los costados y la inclinó sobre él, dejando que el rostro de la mujer se apoyara sobre su pecho, para poder poner orden en aquella melena asalvajada. Notó su calor, era como si la nieve fuera lava. Apartó el pelo de su espalda mientras le bajaba el vestido del hombro derecho... Allí estaba, era como un pequeño triskel, pasó los dedos por la marca pero no tenía textura, era como un antojo, piel oscura tan lisa como el resto de su resplandeciente dermis. Muy despacio, deslizó los dedos sobre aquella marca. Uno tras otro, fue bajando por la espalda, obligando al vestido a ceder a la gravedad. Le sacó el brazo derecho del vestido y le cogió la mano, estiró el brazo de Shae sobre su propio brazo, solo los separaba la camisa de él. Dejó caer el brazo de la sanadora sobre su hombro, fuerte y moldeado, y paseó los dedos sobre el cuello de Shae, luego los hombros, la marca, la espalda. De repente, paró en seco y, con delicadeza, volvió a introducir el brazo de Shae en su vestido, juntó toda su melena sobre el hombro derecho de la mujer y la reclinó sobre los almohadones de su cama. Las ondas de su cabello, caprichosas, volvían a enredarse en pestañas y boca así que el hombre las apartó y dejó que cayeran por su propio peso sobre el pecho de la mujer. Después, apoyó los dedos sobre el vestido y, lentamente, fue arrastrándolos hacia un lado. Se levantó y se fue.

Shae, ajena a todo, seguía en su estado semi inconsciente, creyéndose despierta en su mundo de demonios particulares y a la sombra de sus miedos más profundos.

Susurradora de difuntosحيث تعيش القصص. اكتشف الآن