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Redri tomó conciencia de lo que estaba viendo, a una pequeña precoz dar sus primeros pasos. Sonrió, orgullosa de su Ila. La cogió en brazos y la alzó mientras giraba, jugando, sin saber muy bien cómo era posible que una bebé que no llegaba a los nueve meses ya pudiera andar, aunque fuera agarrada. La besó, ella reía a carcajadas, feliz de su logro y de saberse querida por Redri, veía su orgullo en el brillo de sus ojos. La nodriza volvió a dejarle en el suelo para comprobar si no habían sido imaginaciones suyas.

⎯Pero qué preciosa es mi niña ⎯le dio un beso en el cuello⎯, y qué relinda ⎯le dio un beso en la cara⎯, y qué peligro tiene ⎯y le dio el último beso no se sabe muy bien dónde.

Redri la miró y recordó cuando ella se echó a andar, algo que casi nadie puede. Pero Redri sí, su memoria era aún más prodigiosa que el logro de Ila, la nodriza recordaba, incluso, lo que pensó la primera vez que dio un paso. Así que la hazaña de la muñequilla le recordaba, de alguna manera, a ella cuando pequeña. Los pasos de Ila eran tremendamente desequilibrantes, casi azarosos, pero ella apretaba las rodillas, se agarraba y le echaba empuje al asunto. Así que, en realidad, no quedaba otra que conseguirlo. Irremediablemente, consiguió echarse a andar de aquella manera, aún tan tosca. Se tambaleaba más que una pila de platos en manos de un camarero borracho y algunas veces parecía como si serpenteara, incluso caía de culo, pero ella, cabezota, seguía intentándolo. Ni una sola protesta, más allá que cabreo consigo misma. Después de un buen rato disfrutando de su nueva hazaña, Ila estaba cansada, así que directamente se puso a gatear. Redri la volvió a dejar en la cama y ella se abrazó a su muñeca mientras se chupaba un dedo, pensativa.

⎯Mi reino por tus pensamientos ⎯le susurró al oído, mientras le daba un beso más.

⎯Tatatatatá ⎯contestó Ila mientras la miraba a los ojos.

⎯Bueno, la mitad de mi reino, la otra mitad para entender ileño ⎯dicho lo cual se fue a terminar la faena antes de llevar a la pequeña a dar un paseo.

Shae había dispuesto ropa para cuando Ila fuera creciendo. Tenía una muda de invierno y otra de verano cosida y bordada por su madre hasta que cumpliera mayoría de edad. Había dedicado los ocho meses a medir, tejer, bordar, coser y soñar con que su hija no se tuviera que ir al castillo. Pero no pudo ser, así que consiguió preparar veinticinco prendas de ropa, incluyendo una túnica, una bufanda y un gorro. Todas ellas con las iniciales de su hija, de su esposo y suyas: IRS.

Casi estaba terminando. Solo iba a colocar los zapatos en el fondo de aquel inmenso armario cuando se dio cuenta de que al colocarlos sonaba a hueco. El sonido de tabla de madera que cubría el fondo del armario delató un hueco que Redri quiso inspeccionar. Intentó quitar la tabla, pero no encontró la forma, estaba incluida dentro de unas extrañas láminas de hierro que la sujetaban. Empujó por comprobar si cedía hacia dentro, quizás esperando encontrar un hueco oculto con algún tesoro personal o secreto deseando ser despertado. Nada. Volvió a golpear la madera y se cercioró de que había un espacio hueco debajo de ella. Lo había, pero ¿cómo llegar a él sin romper la madera? Debía encontrar un modo.

⎯Unku ⎯balbuceó Ila con el dedo aún en la boca.

La niñera la miró y allí estaba ella, donde la recogió la última vez, agarrada a la cama de pie intentando ir hacia el armario. Cuando Redri quiso darse cuenta ya era tarde, la somitre había visto a Ila andar.

⎯Brujería ⎯se oyó susurrar unas a otras ya en el pasillo.

Susurradora de difuntosWhere stories live. Discover now