2

132 15 33
                                    

Ocho días después, Ïndar y Niva esperaban pacientes pasar la noche velando el descanso eterno de Rodo, el último de su estirpe, para comprobar que toda su energía, el fuego de su existencia, había pasado a la hija de Shae, Ila.

La brisa de la noche azotaba la paciencia de Ïstar revolviéndole el cabello. Saltó del muro donde esperaba sentada con Niva, en la oscuridad, y cogió una rama. Desnudó su cuchillo y de tres trallazos dejó el palo tal y como quería. Harta de los latigazos de su propia melena, optó por recogerlos detrás con una simple vuelta del palo. Con el pelo recogido, sus cicatrices de Susurradora eran más evidentes.

—Percibo malas vibraciones —Niva rompió el silencio, expectante.

Ïstar casi dejó de respirar, concentrada en detectarlo también. Era un espectáculo observar cómo sus cicatrices se encendían cuando estaba alerta, más aun en mitad de la oscuridad de la noche.

—No distingo nada —respondió Ïstar un tanto preocupada.

Niva observaba el pequeño mandala que cubría la piel del hombro de la Susurradora, totalmente incandescente, y las runas sacras que bordeaban sus clavículas, cuya lectura no le era ajena. Se dejó cautivar por sendos tatuajes del infinito que lucía en el interior de las muñecas mientras ella se afanaba en encontrar algún resquicio de amenaza o distorsión de la energía.

—Ese zumbido... —añadió el BesaSueños, mesándose una barba larga y tupida, repleta de pequeñas trenzas.

Ïstar resopló volviéndose a apagar por completo.

—Son los insoportables mosquitos que vienen hacia mi luz —resolvió la mujer un tanto decepcionada.

Ningún fuego fatuo, huella incontestable de energía negativa que rechaza la Herencia, hizo acto de presencia. La Ladrona de Almas, que merodeaba por allí, nada pudo hacer. El ritual se había completado con éxito. Rodo no tendría más descendencia en cuerpo, pero sí en alma, a través de la pequeña Ila. Mientras la oscuridad de la noche cedía lentamente ante los primeros destellos del amanecer, Ïndar y Niva permanecían en silencio, sumidos en una profunda reflexión. La quietud del camposanto se llenaba de un significado más allá de la simple despedida; era un recordatorio del flujo incesante de la vida. En ese momento de serenidad, ambos comprendieron la inmutable verdad del universo: la energía como fuente de vida.

Para Ïndar y Niva, este acto no era solo un ritual de sucesión, sino un testimonio del honor reservado para aquellos cuyas vidas habían sido ejemplares. Rodo, en su partida, no dejaba un vacío, sino que su esencia se entrelazaba con la nueva vida de Ila. Era un acto trascendental, donde la excelencia y la virtud de un alma encontraban continuidad en otra existencia.

El amanecer traía consigo la confirmación de que el legado de Rodo perduraría, no solo en recuerdos, sino en la esencia misma de la pequeña Ila. Ïndar y Niva, testigos de esta transferencia sagrada, se sentían honrados de haber participado en un evento de tal magnitud. Era un recordatorio de que, en el gran tapiz de la existencia, cada hilo era esencial, cada vida una pieza en el intrincado diseño del destino. Así, mientras el sol ascendía, marcando el comienzo de un nuevo día, Ïndar y Niva dejaron el camposanto con una sensación de humildad y gratitud. Sabían que su papel en esta trama era pequeño, pero crucial, y que la esencia de Rodo, ahora en Ila, seguiría brillando, una luz perpetua en el ciclo eterno de la vida y la muerte.

Susurradora de difuntosOnde histórias criam vida. Descubra agora