Capítulo 4

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La oscuridad abraza cada esquina de mi habitación, los ojos me pesan y amenazan con volver a cerrarse, hace una semana que estoy encerrada sin hablar con nadie, las pesadillas reinan en los intervalos que logro dormirme y la realidad me está consumiendo.

De vez en cuando una que otra cortina se levanta dejando entrar un poco de luz que hacen a mis ojos arder, pero al parecer ya a oscurecido afuera también cuando ni el reflejo del sol entra.

— Hola zell —la voz de mi madre se abre paso con la puerta de mi cuarto

— Hola —respondo sin ganas —hacía ya mucho tiempo que no me llamabas así

— No puedes estar más ahí tirada, sé que lo que pasó es traumático para ti, pero tienes que volver a renacer —ignora el hecho de que me llamó zell

— No tengo ganas y lo que pasó no es traumático sólo para mí, para cualquier persona también lo sería

— Mira lo que te traje —se sienta en la orilla de mi cama cerca de mis pies —inténtalo al menos

Muestra el libro que tanto detesto, es el único libro de mi madre que no he leído, millones de veces lo he intentado, pero el que sea el causante de tanto sufrimiento en mi vida no me permite ni abrirlo, piensa que con un tonto libro voy a olvidar la imagen de ver como asesinaban a una persona.
Me acomodo del otro lado de la cama dándole la espalda reflejando la incomodidad que me provoca verlo, ella entiende y se va por donde mismo entró.

Pasan los segundos, los minutos, las horas y estoy mirando al techo, pensando y pensando, respondiendo preguntas que yo misma me hago, resolviendo teorías que me planteo de por qué me tocó a mi vivir este caos.

El aullido de un lobo despierta todos mis sentidos que estaban dormidos, me acerco a la ventana, arrastro las cortinas y la vista penumbrosa se cierne ante mí, la luna brilla más esta noche e ilumina el paisaje por completo. Lebrun está erguido en sus cuatro patas sobre una roca, aullando con euforia una y otra vez.

Mis ojos buscan algo que no quiero ver, si Lebrun está aquí, su dueño está demasiado cerca también. Sólo quiero responder las preguntas sin respuestas que tanto martirizan mi mente, y a la vez el miedo de que me haga daño, no sale de mi cuerpo. Desisto de buscar lo que no encuentro, cierro nuevamente las cortinas y voy al cuarto de baño a refrescar mi cara con un poco de agua.

Voy saliendo con una toalla secando mi rostro, un aire frío se cuela por la ventana que estoy segura que cerré, dejo la toalla a un lado, intentando rápidamente cerrar el espacio por donde se adentra el aire, me aseguro esta vez de hacerlo bien y dirijo mi mirada a mi cama, cuando está el ahí sentado, con los brazos a los lados de su cuerpo, el cabello blanco que cae sobre sobre su frente y esa altivez que lo caracteriza.

Mi reacción inmediata cuando lo veo acercarse es retroceder y encerrarme en el baño, pero no lo logro ya que me agarra de un brazo quedando entre la pared y su cuerpo que me presiona contra esta.
Cierro los ojos y tras unos minutos en que no pasa nada los abro, mis pupilas enfocan el azul enturbiado de los ojos que tengo enfrente, su respiración se enreda con la mía y sus brazos están a cada lado de mi cara. Suavemente su dedo índice recorre la cicatriz que él mismo hizo, la cual ya está imperceptible en mi rostro, quedando como si fuera un mero arañazo. Su tacto desencadena un extraño escalofrío y su rostro vuelve a esbozar una retorcida sonrisa.

— Vas a llegar tarde a tu cita —su voz gruesa inunda mis oídos

— No tengo ninguna cita —contesto un poco temerosa

Logro escabullirme corriendo a una esquina de la habitación esperando una reacción de su parte, pero sólo se pasea de un lado a otro como si no supiera qué hacer o qué decir.

Los Lobos de Needville © Where stories live. Discover now