Capítulo 2

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ARTHIT

El pollo chisporroteó bajo de la tapa transparente de la sartén. Arthit le echó un vistazo, luego miró la hora y apagó el fuego. Dejó la sartén sobre la placa aún caliente y miró en el armario a la derecha de la placa para buscar otra sartén.

A unos metros de distancia, Bright se reclinaba en su silla y estiraba los brazos por encima de la cabeza. Dos botellas de cerveza abiertas aguardaban en la mesa de la cocina, con gotas de condensación sobre sus etiquetas.

—¿Cuándo demonios te volviste tan bueno cocinando? —Preguntó Bright. Dejó de estirarse y se rascó la nuca, luego bostezó. —Yo quemo el agua, y tú estás aquí haciendo... lo que sea que estés haciendo. No lo sé. Huele que alimenta.—¿Pollo? —Arthit enarcó una ceja y le echó una mirada a Bright.

—Es una pechuga de pollo, Bright. No es nada sofisticado.

—En el momento que pones algún tipo de hierba en ello, es sofisticado.

—Si piensas que condimentar tu comida es sofisticado, tu vida tiene que ser muy aburrida. —Arthit encontró la sartén que estaba buscando y la puso en la placa. Encendió el fuego y tomo el frasco de aceite de coco del estante. Una cucharada cayó contra la sartén caliente, y no pasó mucho tiempo para que se derritiera. —¿Cuánto tiempo llevas viviendo por tu cuenta?

—Desde que empezó la universidad... cuatro años más o menos. — Bright encogió los hombros. —Pero nunca he estado solo, solo. Ese es el beneficio de vivir con un compañero de piso. Consigues que cocinen todas tus mierdas y luego intercambias algo. Así que ella cocina y yo limpio el departamento. Nunca verás una casa tan brillante.

—No es excusa. —Arthit deslizó ajo machacado en la sartén con ayuda del cuchillo. Chisporroteó y aromatizó el aceite. —¿Qué pasará cuando ella se vaya?

—Pongo un anuncio, busco otro compañero de piso y hago una selección hasta que encuentre uno que pueda cocinar. —Bright sacó la lengua. —No es tan difícil. Tengo esta mierda controlada.

Arthit rodó los ojos. Mientras se doraba el ajo, se acercó al fregadero para coger el cuenco de champiñones lavados. Arthit comprobó el calor de la sartén, luego echó un champiñón en ella. Chisporroteó como esperaba e introdujo el resto.

—¿Y ellos están confiando en ti para educar a niños pequeños? —

Arthit miró sobre su hombro con una ceja arqueada en broma. —¿Tú, que no sabes cocinar?

—Eso no significa que no pueda hacer un montón de otras cosas útiles, —dijo Bright con la barbilla en alto. —Ya sabes, cuando se trata de destrezas a nivel preescolar, soy un dios. ¿Puedo leer? Por supuesto que sí. ¿Puedo apilar bloques y dibujar tarjetas del Día de la Madre? Puedes apostarlo. ¿Puedo manejar una crisis? Bueno, eso todavía está por ver, pero si tenemos en cuenta las prácticas que hice, soy un experto en aliviar rabietas de niños pequeños.

—Mm. supongo que estás en buena compañía entonces. —Arthit le dio una sonrisita y volvió a cocinar. Movió los champiñones con una cuchara de madera. —Sé que te hago rabiar, pero estoy orgulloso de ti. Sabía que conseguirías el trabajo.

—Por supuesto. ¿Quién no daría a alguien como yo carta blanca sobre sus impresionables niñitos? —Bright puso una sonrisita maligna. Levantó su cerveza y la inclinó sobre sus labios. —¿Una mala influencia? ¿Yo?

Nunca.

—Mmhm. —Arthit dio un paso atrás para vigilar las verduras que se asaban en el horno. Parecían en su punto. Todo lo que tenían que hacer era esperar al pollo, solo quedaban ocho minutos más o menos para que el calor residual terminara de cocinarlo a la perfección.

Vida de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora