Capítulo 25

400 76 0
                                    

ARTHIT

Arthit corrió y no se detuvo hasta que estuvo detrás del volante de su coche, apretando el volante tan fuerte que sus dedos hormiguearon.

El aire estaba atrapado en sus pulmones, y se abrió camino entre una respiración irregular y otra. Aparecieron puntos negros en sus ojos y los cerró con fuerza para alejarlos.

Cuando se dio cuenta de que tenía el aliento para hacerlo, gritó.

Gritó de rabia, de dolor, de tristeza. Gritó por todas las verdades convenientemente evitadas y por las mentiras piadosas. Gritó porque se había hecho esto a sí mismo.

Ser sugar baby no era el fin del mundo. No tenía buena reputación, pero eso no significaba que fuera malo. Había mantenido algunos daddys y, cuando su horario se lo permitía, tenía una única cita con otros. Solo había visto a Warut dos veces, pero en ambas no le había impresionado.

Debería haber sabido que volvería para morderlo.

Cuando Arthit se calmó, encendió la radio. Estaba desesperado por una distracción. Por culpa de Warut, acababa de perderlo todo. Su oportunidad de un futuro con Kongpob se hizo trizas, y todo porque no pudo decidirse a ser directo sobre su historial laboral.

Kongpob se merecía algo mejor. Se merecía un hombre que no hubiera vendido su tiempo y su compañía. Arthit nunca había vendido su cuerpo, pero después de la diarrea verbal de Warut, seguro que había sonado como si lo hiciera. Arthit no esperaba que Kongpob creyera lo contrario. Era inútil.

Abatido, Arthit arrancó el coche y salió del estacionamiento. Le dolía pensar en todo lo que estaba dejando atrás, pero no podía enfrentarse a Kongpob ahora mismo. Necesitaba tiempo para lamer sus heridas y pensar en las cosas.

Solo que su casa estaba con Kongpob, y no tenía adonde ir.

Sin rumbo fijo, Arthit condujo por las calles hasta que la inercia lo llevó a estacionar en una calle tranquila no muy lejos del centro de la ciudad. Edificios de departamentos sin personalidad se extendían por toda la manzana, retocados con pequeños arbustos o macizos de flores mediocres, pero por lo demás anodinos.

Arthit tomo su teléfono del bolsillo y se apoyó contra el respaldo del asiento. Hizo una llamada.

—Hola, hola, me alegro de que no estés llamando a las tres de la mañana esta vez, —dijo Bright cuando respondió. —¿Qué pasa? ¿Quieres hacer planes? Porque estoy libre.

—No eran las tres de la mañana. —Arthit se pellizcó el puente de la nariz en frustración momentánea. —Estoy fuera de tu departamento. ¿Puedo entrar?

—Eh... ¿Sí? ¿Está Dae contigo?

—No.

—Entonces, sí. No hay problema. Hablaremos cuando estés aquí, ¿de acuerdo? Te abriré la puerta.

Arthit salió del coche. Se aseguró de que estaba cerrado y luego se plantó delante de la puerta principal del departamento de Bright. La puerta zumbó. Arthit la abrió, luego subió las escaleras del vestíbulo hasta llegar al piso de Bright.

Bright le esperaba en la puerta con los brazos cruzados y una expresión medianamente preocupada.

—Hola, —Arthit dijo débilmente. —Gracias por dejarme entrar.

—Ajá. —Bright no se movió de la puerta. Dio a Arthit una dura y profunda mirada que hizo sentir a Arthit como si fuera un espécimen de laboratorio. Luego, con un asentimiento, se apartó de la puerta e invitó a Arthit a entrar. —¿Quieres algo de café? ¿Té? ¿Cerveza tal vez?

—¿Tienes cerveza? —Arthit preguntó. Se dejó caer en el sofá sin miedo de comportarse como en su casa. —Creo que podría tomar una cerveza.

—Preguntarme si tengo una cerveza es como preguntar a una monja si ha encontrado a Dios. —Bright desapareció en la cocina, luego volvió un momento después con dos botellas recién abiertas. Se sentó en el sofá al lado de Arthit y le puso una en la mano. Estaba fresca. —Tienes que empezar por el principio para que pueda saber exactamente de dónde partimos, ¿de acuerdo? Lo último que oí es que estabas acostándote con él y estabas disgustado porque pensabas que iba a echarte. ¿Asumo que tomaste mi consejo y hablaste de ello?

Vida de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora