Capítulo 8

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Las horas de la mañana me pasaron volando y me di cuenta de esto cuando Gimena nos anunció que era la hora de almorzar.

Cada uno de los participantes salimos de nuestro sector de trabajo y encaminamos hacia las escaleras que llevaban a nuestro piso.

Mientras almorzábamos, nos dijeron que después podíamos ingresar al salón de las telas para buscar todo aquello que necesitáramos para empezar a crear. El mismo estaría abierto hasta la hora de cenar, por si alguno de los participantes no había alcanzado a terminar su diseño.

—¿Has terminado? —me preguntó Nai mientras almorzábamos.

—Por suerte sí. ¿Tu?

—Aun no, me siento muy bloqueada —dijo con la voz sufriente—. Me gustaría recibir una ayuda externa en estos casos —rio sabiendo que era imposible.

Nos lo habían recalcado muchas veces. El trabajo era individual.

Por suerte a mí siempre me había gustado decidir sola. No podía hacer algo que no me parecía perfecto a mí. Y estaba muy convencida de que el diseño que había creado era hermoso. Al menos a mis ojos.

Esperaba que Fátima pensara lo mismo.

Cuando terminamos, fuimos todas hacia el salón de las telas y nos indicaron dónde estaba cada cosa. Igualmente, los sectores tenían un cartel para que fuera más fácil encontrar cada tipo de tela y cada material que necesitáramos.

Después de la guía rápida, algunos fueron hacia sus espacios para terminar con el diseño y unos pocos comenzaron a elegir las telas.

—Iré a ver si la inspiración llega a mí y luego vendré a buscar telas —me dijo Nai mientras salía de aquel salón.

Yo observé todo sin saber muy bien por dónde comenzar. A lo lejos, lo vi a Milo muy entusiasmado eligiendo sus cosas. Más lejos, llegué a ver a Rebeca. Parecía muy decidida, aunque bastante seria... O concentrada.

Suspiré y decidí salir un rato al patio para ver si podía hacer otro diseño antes de comenzar. Tomé un nuevo bloc de dibujo y salí con un lápiz en la mano.

Avancé por el camino rodeado de arbustos que dividía el sector del resto del patio y continué caminando hacia la parte mas cercana al lago. El asiento frente a este estaba libre, así que me senté allí, cerré los ojos y me permití respirar la paz que me brindaba aquel sitio.

Y en esa tranquilidad, un rostro se dibujó en mi mente: el de mi madre.

Nuevamente, sentí un pinchazo fuerte en el corazón. Como esos que sentía los primeros días tras su partida y que habían ido disminuyendo hasta desaparecer por completo.

Me asustaba haberlo vuelto a sentir. Pero sabía que se debía a lo mucho que hubiera deseado que estuviera acompañándome en este momento tan importante para mí.

Abrí los ojos y traté de concentrarme en la hoja en blanco. Pero no podía. Entonces comencé a escribir.

Era lo que más me había ayudado en un inicio: escribirle cartas.

Por más que supiera que no las leería, me ayudaba muchísimo volcar todo lo que sentía en el papel y confiar que desde donde estuviera, podría saber lo que decía. Tenía muchas cartas guardadas en el cajón de mi mesita de luz. Aunque con el tiempo, se había hecho menos necesaria aquella práctica.

Y de pronto, parecía aclamar mi atención.


Mamá:

De nuevo yo... Se que he tardado un poco en volver a escribirte, pero he ido a verte en el lugar donde se supone que estas ahora. Espero que hayas podido sentirme un poco más cerca desde donde sea que me estás acompañando ahora. Porque sé que lo haces.

Vistiendo a la realezaOn viuen les histories. Descobreix ara