Capítulo 13

58 9 0
                                    

Desde siempre mi vida había estado encaminada. Tenía un rumbo definido y eso, tiempo atrás, había significado paz y suerte. No tenía que ocupar tiempo de mi valiosa vida para elegir un rumbo porque éste estaba marcado y eso había estado bien. Solo tenía que caminarlo.

Hasta que crecí y tomé consciencia de la cárcel que podía significar.

Mi familia era dueña de uno de los viñedos más importantes del reino, y me atrevo a decir, del mundo. Había formado parte de nuestra historia desde mis tatarabuelos, pero no había tomado importancia hasta los últimos años de mi abuelo. En esos momentos, era algo así como un pequeño imperio.

Aquella dicha había traído consigo mucha responsabilidad y desde que era muy pequeño me habían ido formando para que pudiera continuar con el negocio. Finanzas, reuniones, el cuidado mismo del viñedo y la elaboración de los vinos. Si bien nunca me lo había cuestionado, mi corazón latía más por el sentido natural que por el del negocio mismo. Aun así, no tuve más opción que aceptar el combo.

El imperio fue creciendo y esto trajo consigo contactos muy importantes. La misma realeza de Arladia había empezado a formar amistad con mis padres y eso llevó a que conociera a Fátima. Habíamos sido amigos desde muy pequeños y con el paso de los años y la llegada de la juventud habíamos terminado enamorándonos.

La vida de ambos estaba delimitada por las responsabilidades que nuestros padres y sus imperios nos habían impuesto. El afuera siempre estuvo condicionado a nuestro deber ser. La empresa en mi caso y el reinado en el suyo, siempre habían estado en primer lugar. Pero cuando se trataba de nosotros, ambas familias parecían dar el brazo a torcer. Faltar a una reunión para pasear con Fátima terminó convirtiéndose en la excusa perfecta para liberarme de eso que tanto odiaba. Y lo mismo ella. Ambas familias parecían cuidar nuestro vínculo. Y de esa forma, ambos habíamos encontrado libertad.

Vivimos experiencias que no hubiéramos podido permitírnosla si no hubiera estado el otro como acompañante. Fuimos felices en esa pequeña libertad que habíamos encontrado estando juntos.

Hasta que Braulio tomó esa decisión que puso patas para arriba la vida que nos teníamos planeada.

Ese día Fátima me llamó llorando.

—¿Puedes venir? Por favor.

—Fati, ¿qué ha pasado?

—Solo ven, ¿si? Te necesito.

El viaje hasta el palacio era de varias horas, pero el estado en que la había escuchado me daba a entender que era algo de urgencia. La duda no se impuso en mi camino así que avisé que haría el viaje y me retiré en una de las camionetas.

Mientras los kilómetros se reducían, mi mente fue buscando posibilidades que justificaran aquel estado de alteración en Fátima. Era una joven tranquila, siempre se había caracterizado por devolverme la calma cuando yo la perdía; cosa que pasaba bastante seguido a causa de las obligaciones diarias. Muy pocas veces la había escuchado así y la última vez había sido cuando había fallecido su mascota de la infancia. Pero en esos momentos, no lograba encontrar razón y esperaba que no fuera algo demasiado grave.

Ingresé por la primera puerta y noté que la segunda estaba abierta.

—La princesa Fátima lo espera en el parque —me dijo uno de los guardias cuando frené y bajé la ventanilla.

—Gracias.

Estacioné la camioneta y me dirigí a paso apresurado hacia el parque. Sabía donde estaría y eso no me alivió. Solía ir allí cuando deseaba huir.

Apenas me vio llegar, corrió a mis brazos. Mientras se acercaba, noté que había estado llorando.

—Todo se ha arruinado. Todo —me dijo mientras ocultaba su rostro en mi hombro.

Vistiendo a la realezaМесто, где живут истории. Откройте их для себя