Capítulo 8. Me encanta sorprender.

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Me encanta sorprender

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Me encanta sorprender

Apenas vine a la biblioteca, la esperé y ella llegó, supe que sería un muy grandioso día. Luego, cuando empezamos a hablar sin detenernos, sentí que el tiempo pasaba demasiado rápido al estar juntos.

Quería estar más justo aquí, a pesar de que hacía mucho no pisaba una biblioteca. Digamos que hay ciertas cosas que te hacen cambiar de opinión.

Pero en el momento en el que vi a cierta persona ingresar como si el mundo le perteneciera, entendí que no había lugar en la tierra donde pudiera esconder su cadáver, pero también, mi humor se pasó de ser alegre a ser brutal en cuestión de segundos.

Lo único que pensé fue en mi puño golpeando su asqueroso rostro o el karma cobrándole todo lo que hizo en el pasado.

Mi acompañante se encontraba incómoda, lo noté en su forma de mirar, de tomarse las manos, de levantarse para observar hacia todos lados como si alguien pudiera darse cuenta del menudo idiota que le estaba reclamando.

Acepté que me callara, y lo hice porque no quería espantar a Dani si lo golpeaba, pero definitivamente no aceptaría oírlo hablar así de ella.

—Dani... —intenté acercarme, aunque ella solo me ignoró, tomó sus cosas y se fue

En ese momento, tres figuras salieron detrás de los estantes

—No eres más que un imbécil —le gruñó la rubia a Samuels, antes de correr por donde la castaña se había ido.

Su hermano le dio una mala mirada y continuó, mientras que el otro castaño simplemente se fue sin mirar a nadie.

Y decidí aprovechar el momento en el que quedamos solo él y yo.

—¿No te advertí que te largaras? —mascullé

—¿Qué mierda hacías con ella?

—No tengo por qué darte explicaciones y ella tampoco —estaba agotando mi paciencia—. Lo único que debes entender es que Dani te quiere lejos, y si debo meterme para cumplir con sus deseos entonces lo haré.

—No me creas tan tonto —sonrió de lado—. Estabas detrás de ella desde el instituto, lo recuerdo muy bien. La mirabas desde lejos porque nunca te puso atención.

—Pero ahora sí —di unos pasos más cerca—. Y no sé en qué idioma debo aclararte las cosas, solo te repito que si te metes te acabaré.

—¿Estás seguro de que quieres ponerme una mano encima? —se señaló, presumiendo—. Lo hiciste una vez y mira cómo terminó.

Sí, el asunto era simple: él en un hospital y yo en una cárcel por toda una noche hasta que mi padre me pagó la fianza al día siguiente. No me arrepiento, lo haría diez veces más, fue la primera vez que me dejé llevar por mis impulsos, pero valió la pena cerrarle la boca a las malas.

La última de las estrellas ✓Where stories live. Discover now