Capítulo 30. A dónde sea.

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A dónde sea

01 de agosto, 2020

Lo malo de haber despertado con inspiración para continuar con mi historia, era no tener dónde escribirla.

Me frustraba el hecho, pues ahora por culpa de Kate no podría hacer absolutamente nada, empezando porque había tenido que usar la laptop de Alicia para realizar mis trabajos y deberes, del resto, no podía hacer nada más.

Como ahora.

Suspiré, recostándome en el sofá para leer un libro con distracción. No tenía muchas ideas en mente para disfrutar de mis días, de hecho, este fin de semana estaba particularmente aburrido. Y mi ideal de visitar a mis padres se había esfumado por el momento.

En cambio, había otra persona que sí estaba planeando hacerlo.

—¿Crees que Archie quiera ir conmigo a ver a nuestra madre? —me preguntó, sentada en el taburete de la barra

—¿Le preguntaste?

—Le envié un mensaje, pero no me respondió —suspiró con desgano—. En fin, Noah me llevará así que espero que no se enoje si llega a ir y nos ve a ambos allí.

—No te amargues por eso —me encogí de hombros—. Solo disfruta tu visita.

Asintió para sí misma, entonces, escuchamos el sonido de un claxon proveniente de la entrada del edificio.

—Creo que es él —se asomó por la ventana—. Sip, es él.

—Diviértete.

—Tú también —colgó su pequeño bolso en su antebrazo—. Disfruta la soledad, o puedes traer a tu novio y disfrutarla más.

—¡Alicia! —chillé, enrojeciendo

Ella se rio, abriendo la puerta principal. De repente, oí su voz salir en una especie de grito ahogado por la sorpresa

—¿Qué hacen ustedes aquí?

—Hola —reconocí una voz femenina

Me deslicé en el sofá, inclinando mi cabeza para ver. La confusión me abrumó en cuestión de segundos al reconocerlos

—¿Mamá? ¿Papá?

Alicia se hizo a un lado, dejándome verlos

—Hola —sonrió el hombre y la mujer lo imitó

—Mierda —susurré

Ambos se adentraron con normalidad. La rubia me dio una mirada más confusa que no supe responder así que no dije palabra alguna.

Se dedicó a levantar su pulgar con ánimo, para después abandonar la estancia dejándome a merced de los dos pares de ojos juzgadores

—¿Hola? —enarqué una ceja

—¿Pensabas ignorarnos toda tu vida? —preguntó Nora

Suspiré, acomodándome con rectitud

—Lo lamento —apreté mis labios—. De hecho, no tengo manera de comunicarme. Mi teléfono se cayó y no enciende.

El hombre pareció leer mis pensamientos, pues sacó algo de sus espaldas, y me tendió lo que resultó ser una caja, al tomarla pude comprobar que se trataba de un móvil nuevo.

—Gracias —le sonreí con inocencia, luego fui consciente de las cosas—. Un segundo, ¿cómo sabías que...?

La mujer me respondió

—Desde que nos dijiste que habías lanzado tu teléfono a un refresco y que tuviste que dejarlo tres días en un tazon con arroz supimos que cualquier cosa podría haber sucedido.

La última de las estrellas ✓Where stories live. Discover now