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En realidad, Steve y Denise no tenían una diferencia de edad tan grande, sólo se llevaban un año, pero la barba de Steve lo hacía ver mucho mayor

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En realidad, Steve y Denise no tenían una diferencia de edad tan grande, sólo se llevaban un año, pero la barba de Steve lo hacía ver mucho mayor. Doña Marta le había comentado que tenía veinticuatro años y trabajaba dando clases de alguna cosa en una universidad, además de algunos trabajos esporádicos. Denise tenía veintitrés y estaba por terminar su carrera en marketing digital, una pésima elección de la que se arrepintió justo la semana anterior, cuando se dio cuenta que le faltaba medio año para graduarse.

Por su parte Doña Marta era una fuente inagotable de chismes, se la pasaba sentada en su patio tejiendo y echando un ojo a lo que pasaba en la cuadra. Tenía dos gatos que siempre la acompañaban mientras su esposo trabajaba. No era tan mayor, quizás unos cuarenta años, pero actuaba como una anciana.

—Es muy guapo ¿Verdad? —preguntó, inclinándose sobre su mesa del jardín. Denise, que estaba del otro lado de la barda de ladrillos y malla ciclón, sólo atinó a soltar un resoplido.

—Tiene casi mi edad —se quejó—. ¿Por qué se ve tan mayor? —agregó, frunciendo el ceño.

—Ya te dije, es la barba, lo hace ver como todo un hombre y debe medir como dos metros —comentó con tono de aprobación—. Mi hija ya se casó, pero tal vez debería presentárselo a ver si ya deja al inútil de su marido —espetó, pensando en su odiado yerno.

—Puede que sea una buena opción si quiere aprender inglés —respondió encogiéndose de hombros.

—Tienes razón, se volvería internacional —dijo, para luego soltar una carcajada. Denise se río con ella, aunque lo hizo por obligación—. Tu deberías aprovechar también —prácticamente lo gritó—. Quizás también tira para tu lado.

La cara comenzó a arderle de la vergüenza. Por alguna razón cada ver que alguien mayor sacaba el tema de su sexualidad a colación se ponía muy nervioso.

—No creo, no lo parece —respondió, sin saber que más decir y luego se despidió para marcharse apresuradamente. Aquiles corrió a su lado, dando saltitos de lo más feliz, el pobre sólo salía de la casa en la mañana y en la tarde, porque sus patitas no resistían el asfalto a medio día.

Sus clases se habían acabado a las nueve de la mañana, los martes en particular tenía pocas horas así que hizo lo que mejor se le daba, pasó toda la tarde armando archivos para imprimir algunas photocards de Bright que posteriormente pegaría y adoraría en su notebook binder con diseño de duraznos.

Aquel era un hobbie nuevo, de los cientos que había adquirido durante su tiempo a solas. Desde que comenzaron las clases en línea había tenido problemas para mantener sus ánimos en alto, pero luego de conocer a Bright y a todos sus novios tailandeses se sentía más animado.

Había encendido el aire acondicionado cuando de repente Aquiles comenzó a hacer un ruido raro, al principio pensó que era su imaginación, pero luego de la primera vez el ruido se repitió.

A mexican beautyWhere stories live. Discover now