Prólogo

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Un dolor punzante presionaba detrás de sus ojos cuando el prisionero despertó. Su cabeza se tambaleó apenas unos centímetros hasta dar contra el muro de concreto a sus espaldas. El sabor metálico inundó su boca, y cuando recuperó sus sentidos, percibió la piel pegajosa y dolor. Mucho dolor.

Cuatro paredes mohosas lo rodeaban en una minúscula habitación que olía a una extraña mezcla de naturaleza muerta y sangre fresca. Pronto se dio cuenta que él era la causa de lo último.

Trató de concentrarse para recordar cómo había llegado allí, y cuando cerró sus ojos volvió al campo de batalla, donde blandía su espada empapada de sangre norteña sobre su corcel y entonces...

Entonces lo recordó. Una lanza le atravesó el pecho. Por la espalda. Sus propios hombres lo habían traicionado.

Zlatan se rio a través el dolor, viendo las gotas oscuras aterrizar en su regazo. Lo habían despojado de su armadura y su espada, yaciendo en un suelo desconocido, herido y famélico. Frente a él la puerta de la celda estaba abierta de par en par, invitándolo a escapar y eso lo hizo reír aún más.

Sus captores eran sádicos, pensó mientras observaba los grilletes que apretaban la carne de sus muñecas cortando la piel casi hasta el hueso. Unas pesadas cadenas se extendían de ellos hasta sujetarse en el techo, manteniendo sus brazos sobre su cabeza. No tenía fuerzas para moverse, pero de tenerlas tampoco habría podido llegar hasta la puerta.

Consciente de que nadie iría por él y Zlatan Wardton aceptó rápidamente que iba a morir. Fue una verdad tan sencilla que casi resultó un alivio, pero antes que pudiera reflexionar sobre ello perdió el conocimiento una vez más. Cuando volvió a despertar aún era de día, el mismo u otro no lo sabía. El único indicio que tenía de esto era un fino halo de luz que se colaba por una rendija sobre su cabeza. El sol brillaba mucho, lo que le permitía adivinar que no estaban en su reino y no se trataba del norte tampoco. Intentó volver a la inconsciencia cerrando los ojos, pero no funcionó. Su cuerpo era resistente, él lo sabía, pero en esos momentos deseaba que no lo fuera.

De repente algo cortó su hilo de pensamientos con brusquedad. Un sonido inundó los alrededores, llenando la celda en todas las direcciones con una melodía suave, casi melancólica y totalmente impropia del lugar en el que estaba. Zlatan reconoció que se trataba de una flauta

Las notas se alargaron y se extendieron lo suficientemente fuerte para adivinar que el músico se encontraba cerca. La canción poco a poco adoptó un tinte de profundidad que nunca había escuchado en la música de su reino.

El príncipe cautivo cerró sus ojos y se concentró en la pieza, dejando que nuevas sensaciones lo inundaran y se permitió disfrutar de aquello hasta que su mente se quedó completamente en blanco. La música lo transportaba a un lugar cálido y silencioso, donde no había nada ni nadie más que él y el vasto cielo azul y, por primera vez en su vida, Zlatan Wardton pensó que así debería sentirse la verdadera paz. Si tuviera que compararlo con algo, pensó en que así sonaría el sol.

Entonces la melodía cesó abruptamente, y el príncipe abrió los ojos casi con indignación ante el hechizo roto.

Al otro lado de la rendija un juego de sombras bailó, iluminando y oscureciendo su celda, y oyó suaves pasos sobre la hierba, adivinando que el artista se marchaba. En un impulsivo acto, que bien podría haber sido descripto como desesperación, tiró de sus cadenas al levantar la mano y el sonido metálico chirrió, reverberando ominosamente como si intentara recordarle su posición.

Gruñó ante el dolor de sus muñecas, pero logró que los pasos se detuvieran. Las sombras bailaron otra vez y el sonido de las pisadas sobre la vegetación se hicieron cada vez más fuertes.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now