IX

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La fortaleza de piedra era completamente diferente al castillo del bosque: lúgubre donde su hogar era iluminado, y desolado mientras que el palacio de Felarion siempre estaba atestado de gente. Aún así él no lo encontraba horrible, la iluminación de las lámparas de colores era cálida y el aroma a lluvia lo calmaba incluso cuando Adrien debía estar en crisis.

Era fácil concluir que no había forma de huir cuando estaba a miles de pies de altura, sin embargo el príncipe tenía que admitir que no se sentía en inminente peligro, lo que era un evento remarcable en sí mismo. A pesar de todo lo que se decía de Milhía y su heredero, Adrien había recibido trato cordial incluso cuando no había admitido su identidad.

¿Por qué lo retenían si no era por ser el príncipe de Felarion? Esa duda rondaba su cabeza sin cesar cuando llamaron a la puerta con un suave golpe.

—¿Quién está ahí? —preguntó pero nadie se anunció.

Volvieron a llamar por lo que se obligó a dar una profunda bocanada de aire y abrir la puerta lo suficiente como para asomar la cabeza y ver a tres mucamas del otro lado, esperando con bandejas en las manos. Inmediatamente el príncipe abrió la pesada hoja para dejarlas entrar.

—Lamento haberlas hecho esperar —se disculpó, observando como las tres mujeres se desplazaban en silencio en el lugar y colocaban las bandejas sobre el escritorio, con la mirada fija en el suelo. Cuando quitaron las cubiertas metálicas el aroma de la carne especiada y frutos en almíbar inundaron el lugar, haciendo que el estómago del príncipe gruñera de forma nada decorosa.

Los tres pares de ojos se volvieron hacia él y se apartaron tímidamente con la misma rapidez. Una de ellas sonrió, señalando las bandejas antes de apartarse del medio para permitir que se aproximara.

—Gracias.... —murmuró a la mucama, dándose cuenta que con cada paso que avanzaba ellas retrocedían —¿Cómo es tu nombre?

Las mujeres lo miraron con ojos bien abiertos, como si hubiese hecho la pregunta equivocada y ente el nerviosismo del trío él mismo se impacientó, obligándose a sonreír de forma tensa.

Tomó una calabaza horneada y la mordió, ahogando el gemido de placer que subió por su garganta. No dejó de sonreír cuando señaló a una de ellas, la que parecía mayor.

—¿Trabajas en este castillo hace mucho tiempo? —preguntó de una forma muy, muy casual—¿Te tratan bien?

Todavía en silencio la mujer intercambió una mirada con las otras dos.

«¿Tienen prohibido hablarme?»

El pensamiento indignó al príncipe, sobretodo cuando estaba acostumbrado a que la servidumbre le obedeciera. Era lo único que su título le había permitido.

—¿Alguien va a responder algo? —inquirió, ahora más impaciente, dejando la comida a un lado. Cuando las tres volvieron a intercambiar una mirada él resopló, fastidiado —. Realmente, que grosería...

El príncipe se cruzó de brazos pero antes que pudiera darles la espalda una de ellas, la más alta, lo alcanzó con mano temblorosa, apenas rozando la manga de su túnica con timidez, inclinándose hacia él como un perro herido. Entonces abrió la boca, dejando que Adrien viera el hueco vacío en donde debería haber estado su lengua que ahora se reducía a nada más que un muñón mal cauterizado.

—Por el maldito guardián —las palabras escaparon de su boca con horror.

Esa noche el príncipe no cerró los ojos ni una sola vez, sobretodo cuando las velas en las lámparas se consumieron y se encontró sumido en la absoluta oscuridad, repitiéndose solamente una cosa:

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now