XIII

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El estallido de un trueno hizo temblar los enormes candelabros en el pasillo de la fortaleza mientras Zlatan se dirigía a los aposentos de la princesa. El agua se colaba por los puentes que conectaban a los torreones y solo las luces de la noche iluminaban el recorrido.

El príncipe aún se encontraba agitado después del encuentro con los talaquíes y Lucaro Eresfort, sabiendo que con su partida su mentira viajaría a cada rincón del Continente, incluyendo a la corte milhiana. Tampoco tenía forma de saber como sería recibida la noticia en Felarion, pero lo único que importaba era que Adrien Gladious se quedaría, y el estaría un paso más cerca de descubrir la verdad que se ocultaba detrás de su captura.

Un estruendo hizo eco cuando el milhiano empujó las puertas metálicas. Al otro lado su hermana estaba rodeada por un minúsculo halo de luz de su vela, pero incluso entonces pudo ver su mueca poco complacida mientras soltaba su pluma.

—¿No sabes llamar? —Ginebra inquirió, desde su lugar frente al escritorio. Su bata de noche se derramaba por los lados de la silla en una mezcla de llamas anaranjadas y dragones de seda amarilla.

—¿Por qué llamaría en mi propio castillo? —el príncipe soltó, entrando a la habitación.

El lugar se encontraba exactamente igual a como lo recordaba, y el único indicio de que estaba siendo ocupado por su hermana era el desfiladero de cuchillos que estaban acomodados por tamaño sobre una amplia mesa frente a la cama y una colección de frascos sobre la mesa, que le daban un horrible presentimiento.

Ginebra resopló y lo ignoró, regresando a su tarea. Levantó el pergamino manchado y lo sacudió un par de veces en el aire antes de desecharlo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Lo que prometí que haría. Oí que los talaquíes se marcharon, deberías estar aliviado ¿por qué tienes esa cara?

—Van a permanecer en las colonias —informó, sin ocultar la molestía en su voz.

Una pila de papeles a medio escribir se derramaban sobre la mesa y, en el centro, una mancha de tinta crecía en el lugar donde ella había soltado la pluma. Se aproximó y observó sobre el hombro de su media hermana la florida caligrafía: "Para su majestad, mi adorado padre". Quiso burlarse, pero sabía que era una buena forma para captar la atención de Mirko.

«"Escribo esta misiva para informar, con profundo deleite, que la fortaleza de piedra rebosa de vida gracias a los cuidados de mi querido hermano, el príncipe coronado Zlatan, quién se ha hecho de un amplio harén de concubinas que atienden a las necesidades del castillo y del príncipe por igual, aportando paz y prosperidad al reino..."»

Zlatan le arrebató la nota y la partió a la mitad ante la mirada perpleja de la princesa.

—¿Qué crees que estás haciendo? —ella exclamó, observando las dos mitades que el príncipe acercaba a la vela.

—Cambio de planes. Necesito que escribas algo diferente —Zlatan anunció, con la nota en llamas entre sus dedos —"A mi adorado, maravilloso, admirado padre. Me complace informar que una alianza se ha fortalecido entre dos reinos del Continente al recibir al príncipe coronado del reino de Felarion como primer concubino del príncipe Zlatan...".

—No puedo mentir sobre algo así —la princesa interrumpió el parafraseo que, de todas formas, no estaba redactando.

La observó un momento bajo el reflejo de las llamas y cuando otro trueno rugió en las afueras declaró:

—No es una mentira. El príncipe accedió a ser mi concubino.

Ginebra se puso de pie, rígida. Lo estudió un momento, como si debiera asegurarse de que no estaba bromeando, aunque Zlatan nunca le había hecho una broma en su vida y, cuando decidió que hablaba en serio se puso de pie muy lentamente.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now