VI

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"Un gallardo guerrero de belleza sin igual, con una marca de nacimiento en forma de flor de lis en el pecho..." , era una de las nada específicas descripciones que Felarion brindó a la campaña de búsqueda, y que ahora estaban en manos de Zlatan.

El príncipe permaneció sentado en su silla, en medio del salón mucho después que la compañía talaquí y todos sus sirvientes se hubieran retirado, intentando poner en orden sus pensamientos, pero le resultaba imposible cuando su media hermana no dejaba de dar vueltas a su alrededor como un depredador a punto de saltar sobre él y desmembrarlo.

El castillo estaba tan silencioso que las pisadas de la princesa parecían retumbar en toda la montaña.

—¿No piensas decir nada? —Ginebra habló finalmente.

Zlatan apartó el pergamino y observó a la princesa por el rabillo del ojo, mientras desaparecía a sus espaldas para volver a aparecer por el lado opuesto. Caminaba inquieta en la penumbra de las antorchas extintas, con una mano debajo de su pecho y la otra dando toques sobre la marca que su cuchillo le había dejado en el cuello.

—¿Viste al sanador? —Zlatan preguntó y ella apartó la mano, sabiendo perfectamente a que se refería.

—Sabes que no necesito a ningún sanador.

—¿Eres consciente que esa es una de las razones por las que te llaman bruja?

—Quizás sí sea una —ella sonrió de aquella forma que provocaba la ira de cualquier hombre en el continente, pero Zlatan se limitó a asentir con un resoplido.

—Sí. Si alguien tuviese que ser una bruja Ginebra, serías tú.

La princesa se rio y su voz resonó en las amplias paredes, haciendo que Goran, de pie en el umbral de la entrada, volviera su atención hacia ellos durante un instante.

—Lo tomaré como un cumplido. Ahora ¿Qué haremos con estos insolentes talaquíes? —ella insistió como si fuese capaz de hacer algo al respecto —. Deberíamos elevar un reclamo por haberse atrevido a enviar a un valmerio como uno de ellos. Y otro por atreverse a insinuar que sabemos algo sobre el secuestro de este príncipe.

Zlatan se apretó los ojos.

Los talaquíes habían usado sus palabras con cuidado, sin embargo era innegable que Milhía había sido acusada por un secuestro y, ahora los mensajeros estaban en las colonias en donde el reino de piedra no tenía jurisdicción.

—Valmeria es un miembro del tratado internacional —dijo solamente.

—¿Y de quién es la culpa de eso? —Ella le reprochó, pero no era la primera vez que lo oía. Mas de la mitad de la corte milhiana había estado en contra de la votación de Zlatan para permitir que Valmeria formara parte del tratado.

Antes no le había importado, pero ahora no estaba tan seguro, y aquel era el peor momento para que comenzara a dudar de sus decisiones.

—Estamos en paz con el norte —insistió.

Ante eso Ginebra resopló, dándole la espalda hasta dirigirse a uno de los ventanales.

—Por mi el maldito norte y cada valmerio en él pueden irse a cada uno de los infiernos. Todo milhiano estaría de acuerdo conmigo —ella escupió, sentándose en el marco de la ventana —. No diré que derramaré lágrimas si son asaltados por sicarios, pero eso definitivamente sería un problema que los mensajeros fueran heridos. Debes informar esto a la capital y encontrar a ese príncipe, a menos que sea eso lo que ocultas de mí en la torre.

Zlatan miró con fiereza a su hermana, quién solamente le respondió con aquella mueca que finalmente logró fastidiarlo tanto como pretendía.

—No tengo a ningún príncipe y no está en Milhía —aseguró.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now