XIX

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Zlatan se abalanzó sobre el príncipe Adrien como si una fuerza extracorpórea lo poseyera, e incapaz de controlar sus impulsos probó su boca, tal y cómo había fantaseado desde el instante en el que lo vio temblando y desamparado en una celda valmeria.

Finalmente.

Y, para su completa sorpresa, el felariano no se apartó; en su lugar envolvió su cuello entre sus delgadas manos y lo atrajo hacía él, profundizando el contacto. La sola acción fue suficiente para que perdiera el poco autocontrol que poseía.

Adrien Gladious sabía a todo lo que había imaginado y más. Dulce, con pizcas de limón de las galletas que tanto le gustaban, y suave como una flor primaveral; completamente diferente a cualquier cosa que hubiera tenido antes.

Lo tomó por la cintura y lo sujetó contra la montaña a sus espaldas, encerrándolo con su cuerpo mientras presionaba contra él, de una forma que era incapaz de disimular sus ansias de aumentar el contacto. El perfume de su piel se liberó mientras sus manos recorrían su túnica sin un destino claro, impregnando todos sus sentidos e impidiéndole pensar con claridad.

Había estado frustrado, molesto, consternado, pero todo eso desapareció en un instante.

Nunca se había sentido tan necesitado en toda su vida.

¿Por qué había esperado tanto tiempo para hacer eso? No podría encontrar una explicación, aunque lo intentara; mucho menos dentro de aquella espesa bruma que bloqueaba sus pensamientos racionales. En lo único que podía pensar era en el hombre que tenía entre sus brazos. Cuando Adrien dejó escapar un sonido de su garganta, ahogado y lleno de necesidad dentro de su propia boca, se dio cuenta que podría poseerlo allí mismo, en el risco de la cordillera a la luz de la aurora.

Ese pensamiento fue lo que lo obligó a detenerse. Zlatan rompió el beso súbitamente, al darse cuenta de que sus ideas se tornaban peligrosas, y solo entonces recordó por que había estado conteniéndose todo aquel tiempo. La llegada de la carta de su padre y de Felarion habían servido para recordarle lo que sus impulsos le habían hecho olvidar: Adrien era un príncipe, un heredero comprometido de un reino que podía ser un enemigo potencial, pero sobre todas las cosas era un hombre que no le pertenecía; alguien que podría causarle muchos problemas en la corte si no tenía cuidado.

Sin embargo, cuando inclinó la mirada, se encontró con una imagen que bastó para que su cordura volviera a flaquear. Adrien lo observaba fijamente, con su pecho subiendo y bajando con rapidez, sus mejillas naturalmente rosadas ahora eran del color de granadas azarenses, y sus labios brillaban con restos de su beso.

Su cuerpo reaccionó como si hubiese sido rociado con chispas de hierro fundido y por un breve instante deseó, como un lunático, que aquella vista fuera solo para él.

Su aliento se entremezclaba con el de Adrien en una mirada de profundo entendimiento, como si el felariano conociera los impuros pensamientos que rondaban por la cabeza de Zlatan y estuviera de acuerdo con ello.

Quería que volviera a besarlo; Zlatan lo notó por como las manos de Adrien se aferraban a él en lugar de la montaña, o quizás solo temía caer al vacío, pero de cualquier forma él ya se encontraba más que dispuesto a probar su boca una vez más. Cien veces más.

¿Cuándo había sido la última vez que había besado a alguien? se preguntó mientras se inclinaba de nuevo pero, antes de que sus labios se encontraran con los del príncipe, un recuerdo apareció vívido en su mente: una prostituta encantadora que le había llamado hermoso, incluso cuando él sabía que era mentira, le había prometido su compañía y con dulces palabras le permitió creer que pasaría la noche con él porque lo deseaba. No temía al Demonio de piedra y no parecía interesada en que él fuese el príncipe coronado, sino él mismo.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now