XII

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A pesar de ser pleno día el cielo milhiano ya se encontraba oscurecido detrás de pesados nubarrones, y los truenos de la próxima tormenta eran el único sonido que resonaba en el salón, en donde el príncipe Lucaro Eresfort observaba la escena con una mueca desencajada. Adrien hizo un esfuerzo sobrehumano por no articular un gesto similar, especialmente cuando se encontraba entre los brazos de Zlatan Wardton, como si resultara algo cotidiano para los dos.

Él, un heredero al trono de los bosques, había sido llamado concubino de un príncipe milhiano. Fácilmente podía suscitar un enorme escándalo a nivel internacional, sin embargo fue capaz de deducir el plan. Los concubinos reales en Milhía estaban atados a las leyes del reino y solamente podían ser liberados bajo autorización de su señor. El concubinato no era muy diferente a ser un prisionero. Cualquiera podía verlo excepto un milhiano, pero de momento no le preocupaba el ser llamado una ramera de la aristocracia, tanto como el hecho de tener que fingir ser el amante de Zlatan Wardton de forma convincente.

—¿Qué estás diciendo? —el valmerio inquirió entre dientes, con sus ojos todavía desorbitados al ver a los príncipes entrelazados.

—¿Mi vocabulario es lo suficientemente claro para tí, príncipe? —Zlatan preguntó y, para añadir aún más sorpresa para todos, deslizó una mano por la espalda de Adrien, en una caricia que removió cada centímetro de su piel.

Finalmente Lucaro Eresfort clavó sus ojos de hielo en Adrien. Lo estudió como si le hubiese crecido una segunda cabeza y después se volvió para observar a los talaquíes que lo rodeaban. Toda la compañía parecía igual de desconcertada ante las declaraciones del milhiano.

—Alteza, mi nombre es Lucaro Eresfort. Estoy aquí para llevarlo a casa —anunció en un tono solemne —. Si está retenido en contra de su voluntad, puede decírmelo ahora.

Las palabras en sí mismas eran un insulto para Zlatan, pero el milhiano no reaccionó a la provocación de ninguna forma, en su lugar dejó que el silencio se extendiera entre ellos hasta que Adrien comprendió que esperaba que él mismo dijera algo.

Observó al par de brazos que lo rodeaban, presionándolo contra el duro pecho de Zlatan. Todavía podía escuchar el corazón del príncipe latir, ahora un poco más rápido, y ese fue él único indicio de que estaba un poco más inquieto de lo que aparentaba. Entonces tomó una profunda bocanada de aire y con delicadeza se liberó del agarre que lo contenía.

—Príncipe Lucaro, creo que el príncipe Zlatan ya ha establecido lo que estoy haciendo aquí —Adrien espetó con un cortesía gélida.

—Esto no puede ser verdad —el valmerio insistió y un sudor frío empapó las manos de Adrien, pero no lo dejó entrever.

—¿Me acusas de mentiroso? —el milhiano continuó desafiando los límites de Lucaro, que apretaba la mandíbula hasta que un músculo se marcó en su rostro y se aproximó hacia ellos.

—No pretendo ofender, alteza. Pero tengo órdenes de llevarlo de regreso —el valmerio le dijo a Adrien, ignorando las palabras de Zlatan.

—Sus órdenes eran liberar a un príncipe cautivo ¿o me equivoco? —Adrien consideró, sin perder su tono educado y luego se encogió de hombros con naturalidad —. Puesto que no hay tal cosa podría asumir que su misión carece de fundamentos ahora.

—Tiene razón —Lucaro asintió de mala gana —. Pero me gustaría que pudiéramos discutir sobre este... asunto más a fondo.

Adrien consideró que «asunto» era peligrosamente similar a «cosa», y estuvo más que listo para escupir una respuesta inflexible cuando una mano se posó en su hombro, con tanta suavidad que se tragó todas sus palabras.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now