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La cálida brisa que se colaba por los ventanales iba acompañada de los primeros rayos del alba, iluminando esquirlas de colores a través de las flores de cristal que decoraban la habitación. Los bosques continuaban con su canción primaveral, entre insectos y aves, mientras la paz se alzaba a lo largo de las miles de hectáreas de Felarion. No existía una sola discusión, batalla o problema en el reino del oeste. Todo era perfecto.

—Perfecto —la ironía desbordaba de la voz del príncipe mientras se observaba en el espejo.

La imagen le devolvía al impecable hijo del rey Gladion, ataviado con un traje verde como las hojas de los álamos en primavera, con una pesada corona de laureles apretando sus sienes y su cabello en forma de cascada de bucles sobre su pecho, con las puntas pintadas con una intensa tinta de moras silvestres al mejor estilo felariano.

«Ridículo»

Todo habitante de Felarion esperaba con ansias el Festival de la Herencia, donde el príncipe coronado recibía su lugar en el consejo real. La festividad iba acompañada de tres noches de festejo, baile y celebración en donde todos disfrutaban, al futuro rey, pero lo único que Adrien Gladious deseaba era huir a lo más profundo de los bosques y emborracharse con jarras de vino felariano, que ni siquiera era tan bueno.

El príncipe resopló sobre un mechón de cabello que caía en su frente y un par de esquirlas de polvo de plata de su maquillaje voló por los aires. Sabía que de nada servía lamentarse por su inevitable situación.

Un cuerpo se movió a su lado y a través del espejo observó con atención como Edmond, su tutor, se detenía detrás de él con una cálida sonrisa y un perfecto traje largo, en sobrios tonos de grises. Junto a él Adrien se sentía como un bufón.

—Te ves realmente magnífico, alteza —el hombre expuso con aquella voz calmada y semblante relajado que siempre tenía, mientras acomodaba el mechón suelto detrás de su oreja.

—No puedes hablar en serio.

—¿Hay algún problema?

Adrien bufó, cruzando los brazos sobre el pecho y su atuendo tintineó con el movimiento.

—Tú sabes cuál es el problema —masculló mirando a su tutor a través del espejo —. No es muy tarde, todavía podemos irnos y no regresar. Solamente tú y yo...

Las suaves manos de Edmond Lambert se posaron sobre los hombros del príncipe, haciendo que enmudeciera.

—Luce exhausto, mi señor. Debería descansar un poco antes de la ceremonia, no queremos decepcionar a nadie ¿no es así? —Edmond continuó con su tono tranquilo y el príncipe apretó los labios, entendiendo lo que se le pedía.

Adrien Gladious era el único hijo varón del rey, lo que lo convertía inevitablemente en su heredero. Eso no hacía feliz a nadie pero así eran las cosas, aunque, de vez en cuando, se permitía soñar con que todo fuera diferente. Y luego aparecía Edmond para devolverlo a su horrible realidad, que no era tan terrible cuando él estaba cerca. De hecho hasta podía sentirse feliz.

«Lo haré por él» se repitió. Ese se había convertido en su mantra.

—Si, tienes razón —se obligó a sonreír solo para complacerlo. A Edmond le encantaba oír eso.

El hombre lo recompensó inclinándose sobre él, pero fue solamente para susurrar: —En ese caso no debemos decir nada peligroso, las palabras son fáciles de malinterpretar —sus labios rozaron el lóbulo del príncipe haciendo que toda su piel se erizara —. Por favor, descanse hasta que sea hora de salir.

Con eso dicho todo contacto entre los dos se rompió y el tutor se dirigió a la salida, con aquel elegante porte de hombros rectos y barbilla en alto que lo caracterizaba. Ya estaba preparado para la celebración con una capa plateada, a juego con la montura de sus pequeños lentes y su cabello castaño como la madera pulida iba recogido en su nuca. Adrien podría observarlo durante horas y nunca cansarse.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now