III

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En los bosques los árboles florecían todo el año, el príncipe incluso podía oler los azares dentro del castillo mientras recorría los pasillos en dirección al salón del trono. El palacio entero estaba adornado con arreglos frescos y recién regados, y la música vibraba por el espacio, insoportablemente aburrida. El panorama parecía demasiado idílico en comparación al estómago revuelto de Adrien, mientras se aproximaba al inicio del infernal festival.

Delante de él sus dos hermanas caminaban con elegancia y a sus espaldas, su grupo de guardias lo rodeaba en silencio sepulcral, detrás de sus cascos en punta y sus escudos dorados. Estaba rodeado, por lo que tuvo que tragarse su urgencia de huír al bosque y perderse entre su propia música, como su padre tanto detestaba.

La comitiva se detuvo frente a la entrada y los ojos se clavaron en él, a la espera. Adrien ahogó un quejido agónico y tomó un profundo aliento, mientras se adelantaba a las pesadas puertas doradas.

Aún cuando sabía lo que encontraría al otro lado, la imagen del trono del bosque le causó escalofríos a lo largo de la columna, como la primera vez que lo vio. El asiento había sido diseñado para ser una ostentosa silla de hierro y plata, que reflejaba toda luz que se le cruzaba, reluciendo a toda hora. Su respaldo simulaba ser enormes alas de mariposas en punta y los bordes afilados como cuchillas lucía tan peligroso como hermoso. Junto a él el lugar de la reina parecía insípido, casi invisible.

Detrás del trono se alzaba el grueso tronco del árbol de Felarion; un titánico espécimen que vivía en el bosque incluso antes que los primeros felarianos se asentaran. La leyenda decía que el árbol le daba vida a toda la naturaleza de Felarion, y los primeros Gladious tuvieron que pactar con el Guardián que lo protegerían para que les permitiera quedarse. Para Adrien todos esos cuentos eran igual de ridículos que la profecía de los sabios para su reinado.

—Se presenta en la corte su alteza real, el príncipe coronado, Adrien Alexandre Gladious I, heredero al trono de Los Bosques de la Eterna Primavera —anunció el vocero.

El estoico aplauso interrumpió los pensamientos del príncipe, mientras se adelantaba a través de la alfombra dorada, que se extendía desde la entrada hasta el trono, donde el rey esperaba cómodamente en su silla.

Haciendo caso omiso a las miradas de la multitud Adrien se detuvo frente al trono, e hincó la rodilla delante de los cinco peldaños de reluciente plata labrada, con los ojos fijos en el suelo.

—Majestad —saludó a su padre, tal y como lo había practicado un millar de veces, y otro aplauso, igual de incómodo que el primero, recorrió el salón mientras sus hermanas se inclinaban a su lado.

Cuando el rey levantó una mano enguantada repleta de anillos, el príncipe se puso de pie y se aproximó al trono para besarla, sin atreverse a mirar a su padre.

—Mi heredero se presenta hoy ante ustedes dando inicio al Festival de la Herencia —el rey espetó con fuerza, aunque su tono carecía de toda emoción, y con su cetro golpeó el suelo en señal de iniciación. Con eso la música comenzó a fluir, alegre, festiva y tan azucarada que el príncipe quiso vomitar.

Lo peor de todo era que se le había prohibido probar una sola gota de alcohol, y lidiar con su familia era cien veces peor cuando estaba sobrio.

—El sastre ha hecho un buen trabajo contigo —la voz resonó junto a él haciendo que tuviese que contener un respingo.

—Gracias, padre.

—No me decepciones —el rey soltó, sus ojos se habían desviado hacia las princesas al pie del torno —. Al menos hoy.

—No —fue lo único que pudo decir. No había mucho más que añadir de todas formas.

De pie junto al trono se sentía como un animal de exhibición, mientras recibía miradas indiscretas por parte de toda la corte. Intentó adivinar lo que pasaba por la mente de los invitados, al ver al hijo pródigo que finalmente se presentaba ante la sociedad, siendo más viejo de lo habitual para una presentación pública, y más enclenque que el regio heredero que se les había prometido. Adrien era delgado, no tan bajo, pero considerablemente más pequeño que un soldado promedio y definitivamente no lucía como un luchador.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now