XIV

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Suaves dedos se hundieron entre los rizos del príncipe Adrien Gladious mientras dormitaba sumergido en aguas cálidas, rodeadas de pétalos de lavandas y jazmines que, según le habían informado, habían sido importados esa misma mañana.

Sus nuevos aposentos eran tres veces más amplios que su última habitación y se encontraba en un sector del castillo completamente diferente, en el que fácilmente se hubiese perdido si la guardia real no lo siguiera a todos lados.

—Después de la hora de la comida se ha organizado un recorrido para que pueda familiarizarse con los alrededores del castillo  —Goran continuaba recitando un infinito itinerario, pero sonaba muy lejano entre el vapor del baño y los masajes —. Mi señor concubino ¿está oyendo?

La voz del consejero retumbó en el cuarto de baño haciendo que Adrien abriera sus ojos exaltado para incorporarse ente la espuma. Las tres sirvientas a su alrededor se apartaron sorprendidas .

—Si —el felariano mintió, volviéndose hacia las muchachas para darles una tranquilizadora mirada. Dos de ellas le correspondieron con una sonrisa, lo que consideró un avance.

A su alrededor la actividad no había cesado ni un momento. Mucamas apilaban diferentes opciones de atuendos y zapatos, un delgado hombre pulía un tercer par de zapatillas bajo la supervisión de un nuevo grupo de guardias que esperaban de espaldas en la entrada. Todo mientras una mujer la tallaba los pies y otra la espalda.

—¿Es esto realmente necesario? —el príncipe preguntó al eunuco.

—Su estatus nos obliga a proveerle de las mejores atenciones en la fortaleza —Goran explicó desde su mullido sillón, volviendo su mirada al pergamino que tenía entre las manos.

No supo si se refería a su título de príncipe o de cocubino. Al otro lado de la tina el calvo anciano lucía como un diminuto manojo de telas, pero cada vez que sus ojos viajaban hacia él sentía un escalofrío por todo el cuerpo.

Continuaba siendo igual de cortés que el primer día, pero de alguna forma Adrien percibía que el hombrecillo lo miraba con recelo desde que se anunció como el príncipe de Felarion, como si su identidad confirmara que podría comenzar a apuñalar a todos los milhianos en cualquier momento.

Inevitablemente eso lo llevaba a pensar en Flearion, en el caos que devendría en la corte de los bosques al saber que el heredero estaba retenido en la fortaleza de piedra, bajo el yugo de la ley milhiana y en cómo su padre lidiaría con aquella situación. Solo de pensarlo su cuerpo comenzaba a sudar frío. ¿Su ira seria redirigida a sus hermanas? ¿Quizás a Edmond? Adrien debió haber deseado que así fuera, pero no lo hacía, no podía cuando todo lo que había deseado en su vida era protegerlo. A él y a la cosa que habían tenido.

«Soy un idiota»

—¿Todas las concubinas del príncipe reciben este trato? —Adrien preguntó cuando lo envolvieron con suaves telas fuera de la tina de mosaicos.

—Los concubinos reales son considerados de alto valor en Milhía —Goran explicó y sus pequeños ojos se estrecharon cuando añadió: —. Pero el príncipe no tiene otros en su harén. Solamente usted.

Aunque la situación era una completa farsa, todos en el castillo lo trataban como si fuese uno de los dioses milhianos. Para empeorarlo todo, Adrien no había dejado de pensar en los acontecimientos del día anterior, cuando Zlatan Wardton lo estrechó entre sus brazos y presionó contra él para probar un punto ante la corte talaquí. Un temblor recorrió la espalda de Adrien con el mero recuerdo.

—Oh... —el príncipe exclamó, pero rápidamente añadió —¿No es eso poco común para un príncipe milhiano?

En Felarion el concepto del harén se consideraba algo vulgar, pero en Milhía era sabido que mientras mas estatus se poseía, mayor era el tamaño del harén. El rey Mirko presumía de una módica cantidad de cuarenta concubinas y Zlatan... Zlatan era el príncipe coronado después de todo.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now