XXI

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El sol provocaba que la humedad de la piedra se desprendiera en forma de vapor, sofocando el ambiente mientras el príncipe Zlatan atravesaba los puentes de la fortaleza. Los diamantes negros que colgaban de su corona se estrellaban en su rostro con cada paso, y la espada en su cintura tintineaba contra el oricalco de su pechera, pero a pesar de la incomodidad no se detuvo. Todavía le quedaba un largo camino por recorrer hasta el ala sur.

Pensó que el recorrido le serviría para encontrar un poco de templanza, pero sus manos aún eran puños y le dolía el rostro de tanto apretar los dientes. La impotencia se apoderaba de él con tan solo recordar a Declan sonriéndole a Adrien, de aquella forma en la que era evidente que intentaba meterse debajo de su piel como en su juventud, solamente para hacer que perdiera los estribos. Lo peor era que aún daba resultado.

«Leí mal las señales», el felariano le había dicho, y él se había quedado paralizado como la primera vez que presenció una ejecución pública. Su cuerpo había reaccionado de la misma forma, incluso, con la gargabta seca y los ojos desorbitados. Pero ¿qué debería de haber respondido? ¿Qué sus interpretaciones eran certeras, pero que no tenía control de su propio cuerpo ni mente, a pesar de haber estado pensando en él día y noche desde que lo vio por primera vez? Nunca podría confesar semejante cosa, así que calló. Y ahora estaba furioso consigo mismo, más que con todos los demás.

Pero ese asunto y la visita a las colonias eran dos cuestiones completamente diferentes.

Sus dioses habían estado trabajando duro, se dio cuenta, porque tantos eventos problemáticos debían de ser el camino directo a una gran lección. O de eso intentaba convencerse mientras atravesaba el arco del ala de invitados. No había guardias a la vista y supo de inmediato que Declan los había despedido a todos.

—¿Irás a derramar tu ira en contra de nuestro primo? —Ginebra lo sorprendió al otro lado del pasillo. Estaba sentada sobre el borde del ventanal, con el sol arrancando esquilas doradas de su atuendo.

—¿Estás siguiéndome?

—Por supuesto. Tengo que asegurarme de que no hagas ninguna estupidez.

—No lo he hecho en treinta años, ¿Por qué iba a ser diferente ahora? ¿Y desde cuándo estás tan interesada en mi bienestar?

Ella se separó de la ventana y se aproximó. Ante la sombra, el oricalco de su corona volvió a ser negro.

—Desde siempre, querido hermano —le sonrió con sus labios rojo sangre —. Pero especialmente desde que te convertiste en mi boleto de escape.

—¿Piensas que si molesto a Declan no me dará un barco para ti?

—¿Quién sabe? Prefiero no arriesgarme.

Resopló, harto de lidiar con su familia y exasperado por la perspectiva de la noche que se avecinaba, aunque el sol aún estaba en su cénit.

—De momento tu situación no me interesa. Primero debo lidiar con mis problemas, para después ocuparme de los tuyos, Ginebra.

—¿Qué habría pasado si yo hubiese dicho lo mismo cuando te salvé la vida? —ella espetó, con un tono tan similar a una reprimenda que lo hizo soltar un gruñido.

—No tengo tiempo para esto. Vete —se dispuso a alejarse, pero las uñas de su hermana se hundieron en su hombro.

—No vayas.

—¿Disculpa?

—Sabes perfectamente que necesitamos que el felariano recabe información —Ginebra escupió —. Y si no lo ves es porque tu juicio está nublado por tu lindo concubino.

Zlatan enderezó la espalda y ciñó los ojos.

—Cuidado —le advirtió, pero el agarre se volvió más firme cuando intentó sacudirse.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now