XI

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Adrien Gladious recordaba perfectamente el instante en el que, cuatro años atrás, su padre lo abofeteó, principalmente porque había usado su propia mano, en lugar de ordenarle a uno de los guardias que lo hiciera. También fue la única vez que vio al rey Gladion colérico.

«Tu debilidad nos ha condenado a todos» su padre le había dicho, a pesar de que lo único que hizo fue liberar a un prisionero que, de seguro, hubier muerto por deshidratación y heridas infectadas.

Solo ahora comprendía la razón de la furia de su padre, y se encontraba más confundido que nunca. ¿Cómo se había atrevido a secuestrar al heredero al trono de Milhía?

Era ridículo. No tenía el más mínimo sentido, y aún así supo que tenía que ser verdad ¿De qué otra forma Zlatan Wardton sabría que él era el que liberaba a los prisioneros de las celdas de abandono?

—¿El... tú... —el felariano tartamudeó, llevándose una mano a la frente —. Eras tú.

—Sí —Zlatan Wardton lo estudiaba con una mirada calculadora. Su rostro era ilegible, pero su mandíbula estaba apretada y sus dedos se sacudían incómodamente a los lados de su cuerpo. Si Adrien lo conociera mejor habría asegurado que parecía inquieto, pero él mismo estaba demasiado desconcertado como para hacer cualquier juicio.

¿Acaso su padre había perdido la cabeza, y decidido que quería condenar a Felarion?

—Realmente eres tú —el felariano repitió, sin salir de su aturdimiento.

Lo había hecho. Había liberado a Zlatan Wardton sin tener idea y, de alguna forma, su reino no había sucumbido a manos de la venganza de Milhía. Eso era lo que más lo confundía.

—Hace cuatro años, en las celdas del bosque, cuando me arrojaste la llave ¿Por qué lo hiciste?

La pregunta lo tomó desprevenido. Todavía no podía pensar en Zlatan, el Demonio de Piedra, como aquel indefenso hombre que le suplicaba por agua a través de una rendija.

Podría haber dicho que un impulso heroico lo obligó a cometer esa locura, pero habría sido mentira. Él había estado aterrado cuando se escabulló en el ala real para robar una llave, y tembló todo el camino hacia las celdas del desconocido. Su temor había sido tal que ni siquiera se atrevió a quedarse a mirar para ver si había logrado huir con éxito. Pero la verdad era que Adrien no pretendía ser un héroe sino que había sucumbido a un impulso de estupidez cuando se dio cuenta que el prisionero en ese agujero moriría poco a poco, igual que él lo hacía en su propia prisión. Edmond había estado furioso al enterarse.

Desde ese día no paró de pensar en lo que debió haber hecho mejor. Buscar provisiones, medicinas o algo de comida o ropa limpia, al menos. Todo eso habría ayudado al prisionero a sobrevivir en los bosques, sin embargo él lo había dejado a su suerte y podría haber jurado que había muerto a manos del bosque. Pero al parecer estaba equivocado.

—Has vivido —Adrien resopló, aún con la cabeza llena de preguntas.

—Evidentemente.

—Guardián... no puedo creerlo —masculló entre dientes —Pero... ¿por qué un príncipe milhiano estaba en las celdas de Felarion?

—Eso es lo que me gustaría saber, Alteza —Zlatan respondió con una irónica entonación al mencionar su título, y solo entonces se volvió hacia él.

Lucía tan imponente e intimidante como siempre, con su enorme altura y finas sedas. Tan amenazador como los rumores decían, sin embargo no había buscado retribución, cuando todos sabían que contaba con los recursos necesarios para hacerlo.

Milhía no era el reino más grande, no tenía un puerto como el de Azar, ni una tierra fértil como Felarion, o un ejercito tan grande como Valmeria, pero eran más ricos que todos los antes mencionados juntos. Tenían oricalco, después de todo. Con ello podrían haber financiado mil y un formas de acabar con los bosques. ¿Entonces que lo había detenido?

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now