IV

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El príncipe Zlatan se recostó contra el marco del balcón de piedra, observando el paisaje. La primavera milhiana era la estación más húmeda del continente, después del verano virosi, y el rugido del cielo resultaba relajante en contraste con la tensión de la habitación.

Al otro lado de la sala de reuniones, la mesa redonda estaba ocupada con el único par de personas que el príncipe consideraba relativamente confiables en el reino. O, al menos, que estaba seguro que no lo apuñalarían mientras dormía. Goran inspeccionaba los documentos que los espías habían recaudado la última quincena, junto a la pila de informes de viajantes que provenían del desierto de Talaquia y que esperaban el paso. A su derecha, Ginebra jugueteaba con un cuchillo entre sus dedos, mientras repetía su información tratando de convencerlos de que no mentía.

—La corriente es horrible en este lugar ¿en qué demonios pensaban los antepasados al construir el castillo en esta maldita montaña? —la princesa se quejó cuando una ráfaga húmeda azotó por los ventanales, sacudiendo los documentos en la mesa.

—En la altura, que la convierte en inexpugnable —Zlatan respondió de brazos cruzados, aún observando el paisaje —, en la ubicación estratégica de las cuevas que dificultan el paso de grandes tropas y en los volcanes que imposibilitan los ataques por el oeste.

Los antiguos dioses, habían mostrado el camino al pueblo milhiano durante su éxodo, y las tierras de la piedra los habían protegido desde entonces. Esa era la leyenda, sin embargo no comprendía como, en su infinita sabiduría, los Dioses ya no respondían a las plegarias de Milhía.

Quizás su pueblo estaba más allá de cualquier salvación.

—Se olvidaron del norte, al parecer —ella añadió.

El príncipe resopló ante eso. Hacía seis noches que su hermana había aparecido en sus puertas y ya estaba cansado de escucharla.

—Háblame de nuevo de la situación en la Nueva Capital —pidió a Ginebra, aproximándose con el rostro húmedo por la brisa.

—Por milésima vez, hay tensión en el consejo. La Orden Casta está presionando a la corona para recuperar el territorio de las colonias con el ejército, mientras que el consejero insiste que dejarlas morir es lo mejor. Lo someterán a votación en cuanto la mesa deliverante esté completa.

La Orden Casta era más peligrosa de lo que parecían. Entre sus suaves susurros y delicados gestos los eunucos se abrieron paso en la corte, directamente al consejo del rey, dejando un muy bien adornado recorrido de sangre en el camino, Zlatan lo sabía muy bien porque Goran había sido uno de sus más ilustres miembros.

—En ese caso no habrá tal votación, porque no planeo presentarme prontamente.

—Ambos sabemos quién va a representarte —la princesa se quejó.

—No importa. Ya sabemos que es lo que va a decidirse. Este asunto se ha tratado demasiadas veces —dijo

—Las colonias permanecieron intactas todo este tiempo porque eras tú el que votaba por ello —Ginebra replicó —. Esta vez Nero tendrá la última palabra, y dudo mucho que continúe con tu propuesta de esperar.

—César Nox no permitirá otra guerra.

—Si aprecia su vida, y la de su familia, no irá en contra del consejo, ni de mi madre.

Zlatan se presionó el puente de la nariz y cerró los ojos. Si de él dependiera, las cabezas de los miembros del consejo adornarían sus pertas igual que la de los traidores y asesinos.

—En ese caso Valmeria marchará hacia el Sur otra vez y la historia se repetirá. Deja que tu hermano lo proponga ante el consejo y se ridiculice, todo lo que sabe hacer es repetir las estúpidas ideas de tu madre.

Un príncipe para el príncipe #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora