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La garganta de Adrien estaba seca, incluso después de que le dieran dos vasos de agua. Su pie repiqueteaba en el escalón como si tuviese vida propia, y el tiempo parecía transcurrir con una lentitud insoportable.

El aroma de los inciensos frescos abundaba en el aire, junto a una nueva decoración de lámparas pintadas en tonos anaranjados y rojos. Las alfombras estaban impecables y el trono de piedra todavía era una abominable monstruosidad a sus espaldas. El castillo entero se había preparado para el recibimiento del príncipe Declan y él cumplía su papel de concubio, inmóvil a los pies del trono.

Normalmente lo consideraría un recibimiento sencillo y hubiera permanecido tranquilo en su lugar de no ser por la imponente figura que se alzaba tres escalones por encima de él, justo frente al trono. Podía sentir el peso de la mirada violácea sobre su nuca como si lo presionara desde el centro de su pecho, pero cada vez que volteaba, los ojos del príncipe lo evitaban.

No le extrañó, Zlatan no había vuelto a hablarle desde el episodio en el risco y, aunque deseara ocultarse en el hueco más profundo y no volver a salir, la naturaleza del acuerdo entre ambos le obligaba a mantenerse a su lado, incluso cuando el milhiano parecía querer tenerlo lo más lejos posible. Adrien había tenido la intención disculparse, pero ya había quedado claro que era más sencillo pretender que la boca de Zlatan Wardton no había asaltado la suya como si fuera un botín de guerra.

¿Cómo se le había ocurrido besar al príncipe y esperar que no hubiese consecuencias?

Todo fue tan repentino que, si sus labios aún no estuviesen hinchados por las mordidas, habría pensado que fue producto de su imaginación. Sin embargo, todavía había otro asunto que no se había resuelto: su visita a las colonias, y la perspectiva era sombría puesto que ni siquiera podía tener una conversación con el príncipe.

—Me lleva el Guardián —murmuró entre dientes, con la mirada perdida en las tallas de las puertas.

—Debemos ser pacientes —Ginebra murmuró desde un escalón abajo —, incluso cuando esto está tardando más de lo necesario, la presencia del príncipe Declan es importante.

Adrien no necesitó que se lo recordara. Zlatan ya había dejado en claro el papel que cumplía su primo en relación a las colonias, y esa información había estado dando vueltas por su cabeza sin cesar. Sin embargo, la idea que había tenido después de la negativa que recibió en la reunión, era tan peligrosa y estúpida que le indignaba que fuera su única opción.

—Además será útil que los vea juntos. Declan viaja mucho —la princesa continuó, aunque su mirada nunca abandonó el frente y permaneció inmóvil, mientras la cola de su túnica cubría el escalón por completo en una mezcla de oro y escarlata —Si rumores van a esparcirse, es mejor que sea la versión que tú quieres que se sepa.

Le habría gustado decirle que prefería estar de pie en silencio el resto de sus días si eso le ahorraba otro encuentro incómodo con su hermano; como el de esa mañana, cuando entró al salón. Los ojos de Zlatan se habían clavado en él como dagas apenas atravesó la entrada, y su corazón se aceleró mientras el nudo en su estómago se apretaba. Hasta contuvo el aliento al verlo al recordar como sus dedos se habían aferrado a sus costados la noche anterior. Pero, tan rápido como ocurrió, el momento se rompió cuando el milhiano apartó la mirada y continuó la conversación con su consejero como si nunca lo hubiese visto.

Estaba mortificado.

Ahora simplemente se concentraba en su propio reflejo contra el oricalco que vestía la princesa, brillante como nunca lo haría otro metal. Su rostro, no lucía exhausto gracias a los polvos y accesorios que Goran le había preparado esa mañana, y por detrás del tocado de esmeraldas que contenía sus rizos, alcanzó a atisbar a Zlatan, de pie a sus espaldas, tan espléndido como lo sería un rey. Un atuendo que le había preparado su consejero, estaba seguro de eso.

Un príncipe para el príncipe #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora