Martes 18 de Septiembre de 2001, Manchester

9 2 2
                                    

Huir de Tow Law sin levantar sospechas no es fácil, pero los agentes de Santuario llevan a los chicos hasta Manchester, donde los Templarios no puedan seguirles el rastro... en teoría.


—Carlos, por fin. Estaba comenzando a preocuparme.

—Lo siento, cielo. Las cosas han estado un poco tensas, un poco complicadas. Pero has recibido mis mensajes, ¿no?

—Mensajes de «todo va bien» y «te echo de menos» no son una conversación ni evitan que me preocupe.

—Pero no dejan de ser verdad.

Ella resopló, y al final compartieron una risa. Carlos suspiró.

—El domingo lo pasé cuidando a esos críos. Más o menos, no es que se dejen cuidar mucho, pero llevarles comida, intentar algo de conversación. Su acento es muy espeso. Nunca había tratado con un escocés antes.

—De modo que son de Escocia.

—Oh, sí. Dios mío, tengo la impresión de que no te he contado ni la mitad.

—Bueno, Océano está tranquilo y Lluvia en la cama. Puedes contármelo todo.

—Bueno. —El hombre se levantó y fue hacia la ventana, frotándose el estómago y sintiendo el nudo en el corazón, el miedo cerval con el que todos los dotados crecían, dentro y fuera de Santuario—. No quiero que te asustes, ¿vale?

—Ahora sí estoy preocupada.

—No, en serio. Estoy bien. Todos estamos bien. No te mentiría.

—Carlos.

—He hablado con un templario.

Hubo un denso silencio al otro lado de la línea.

—¿Qué? —jadeó Sandra al final.

—Los están buscando. Los Templarios. Buscan a estos críos. Y la cosa se pone peor.

—¿Peor que haber hablado con un TEMPLARIO? Carlos, ¿cuándo? ¿Cómo?

—El lunes por la mañana, en una tienda. Vino a preguntarme si los había visto. Me enseñó una foto. Es su abuelo.

—¿Que es QUIÉN?

El grito de su mujer debió despertar a Océano, porque Carlos oyó el súbito y estridente llanto. Sandra gimió, masculló algo y trató de calmarlo. Se oyó una puerta y otra voz.

—Ay, Lluvia, cielo, menos mal. Lo siento, ha sido culpa mía. ¿Puedes quedarte con Océano un minuto? Tengo que hablar con papá.

El hombre no llegó a oír la respuesta, pero dio gracias por la presencia de su hija, siempre dispuesta a cuidar del pequeño. Escuchó los pasos y las puertas al cerrarse.

—Repítemelo, y con cuidado —ordenó Sandra.

Carlos lo hizo, poniendo toda la calma que pudo, y la mujer se quedó callada unos segundos.

—Me faltan las palabras —confesó ella finalmente—. No sé qué pensar. Esto no había pasado nunca.

—Que sepamos —aceptó él—. Es decir, quién sabe. Si han intentado matar a Luka al descubrir su poder, es posible que lo hayan hecho con otros. ¿Cuántos niños habrán sido asesinados por sus propios padres?

—Y el mayor.

—Kaiden.

—Kaiden. Se lo llevó, así, sin más. Le salvó la vida.

—Rompió con el adoctrinamiento, con todo lo que le habían enseñado. Dios, gracias a Dios. No me vas a decir que tenga cuidado.

—Por supuesto que debes tener cuidado.

—Con él.

—Oh. Oh, no. No creo que... No hay mayor prueba de lealtad, ¿no te parece? El chico lo dejó todo por un dotado. Esta gente que nos caza como si fuéramos animales, los abandonó por el pequeño. ¿Por qué tendrías que tener cuidado? En todo caso, tendrán que tenerlo los Templarios.

Eso arrancó una nueva carcajada. Carlos, aliviado, sacudió la cabeza.

—Te quiero, Sandra. Te quiero con locura.

Lluvia de Marzo: El Otro Ladoजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें