Viernes 26 de Octubre de 2001, Bruselas - 2

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Sí, Michael ha sido castigado, pero puede que no todos estén contentos con este resultado...


—¿Que qué?

Éléna la miró, sorprendida por la pregunta.

—Lo he castigado —respondió—. Obviamente. No iba a dejarlo pasar.

—No, lo siento, cielo, no es eso. Es decir... ¿Michael...? ¿Michael lo...?

—Oh, bueno. En realidad no quería, ya sabes, que se cayera. Ya sabes cómo son los chicos. Y siempre hay accidentes. Michael no controla su fuerza.

—Que no controla... Precisamente. Éléna. Ha empujado a Kaiden por las escaleras.

—No por, en las escaleras.

—Oh, eso lo arregla todo.

A la rubia no le gustaba el sarcasmo, y era un arma que Talya procuraba no utilizar en su presencia. En las relaciones, suponía, había que hacer concesiones. Talya controlaba el sarcasmo; Éléna no tomaba decisiones unilaterales sobre los niños.

Pero había tomado una decisión unilateral. Había hablado con Michael, había descubierto lo que había hecho, y lo había...

—Dios mío. —Suspirando, la mujer morena se apoyó en la cama y se frotó la cara—. Dios mío. ¿Cómo pudo hacer eso?

—No fue adrede. Talya, el pobrecito ya lo pasa lo bastante mal.

—¿Pobrecito? Seamos francas. No ha roto un plato. Kaiden tiene dos costillas fracturadas.

La rubia suspiró y se colocó el camisón.

—Sabe que ha hecho mal —aseguró—. Eso es lo que cuenta, ¿no?

—Quizá debería hablar yo también con él.

—¿Para qué? Ya lo he hecho. De verdad, Talya, está bien, se arrepiente y está castigado.

—Bueno. Bueno, está bien. ¿Qué ha sido?

—Unos días sin consola ni televisión, y luego volveremos a hablar del tema.

—Esta vez, procura que yo esté delante.

—Está bien.

—Y debería hablar con Kaiden. Le debe una disculpa inmensa.

Helen sacudió la cabeza y se metió en la cama.

—No creo que lo haga —aceptó—. No sé si se llevarán bien nunca. No se le puede pedir tanto a Michael.

—¿Tanto?

—Todavía recuerda... mucho... lo que pasó. No podemos pedirle que trate a un templario como si fuera un hermano.

Talya, boquiabierta, vio que Éléna se acostaba de lado y suspiraba. En aquel momento se dio cuenta de que su esposa, dulce, atenta y leal, podía ser la más prejuiciosa de la familia. Y pensó en Kaiden, distante y callado, gritando que lo dejaran llevarse a su hermano.

Sintió, muy en el fondo, que aquello no iba a salir bien, pero se sacudió aquel presentimiento de inmediato. Haría que funcionara, aunque todos tuvieran que hacer alguna concesión qué otra. Sin darle más vueltas, se metió en la cama con su mujer.

Lluvia de Marzo: El Otro LadoWhere stories live. Discover now