Sábado 12 de Enero de 2002, Carcassonne

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Hay visitantes en Carcassone, y con ellos llega el momento de empezar algo diferente. Étienne quiere, necesita hablar con los chicos, pero por separado. Y el primer turno es para Luka.


Con Kaiden a la vista, Luka era un niño tranquilo y feliz. Se divertía con poco, y sentía una conexión casi emocional con las máquinas; algo propio de su habilidad, suponía Ètienne.

Con su hermano lejos, no obstante, aquel crío se transformaba.

El hombre sentía un dolor casi físico mientras subían, conforme Luka se ponía más y más tenso. Recelo primero, desconfianza después, luego miedo. Cuando abrió la puerta de su habitación, el niño tenía los puños apretados y le temblaban las piernas. Intentando no presionarlo, Ètienne solo se encogió de hombros y entró primero.

Hizo ver que no le importaba, que no le prestaba atención. Fue a la ventana para abrirla, hizo la cama —que había dejado deshecha adrede—, encendió el sencillo portátil. Para entonces, por fin, la ansiedad bajó de intensidad, aunque no desapareciera, y Luka entró en la habitación.

—¿Quieres un té, pequeño? —le preguntó sin mirarlo.

Chan —musitó el niño.

—Lo siento, pero no sé hablar escocés.

—No.

—Muy bien. Yo me tomaré uno, si no te importa.

Encendió el hervidor y preparó una taza. A pesar de todo, llenó un vaso de agua y lo dejó en la mesita, en uno de los lados de la cama doble. Tras unos momentos, Luka trepó a ella y bebió un poco.

Procurando moverse con calma y sin brusquedad, Ètienne pululó por ahí unos minutos más, mientras el hervidor se calentaba. Abrió el armario, redobló varias prendas, cogió el teléfono y comprobó sus mensajes.

La ansiedad regresó al recelo. Había tensión y cierto miedo. Miedo a la soledad, estudió el hombre en silencio, pero también miedo a los peligros que no vería venir.

Finalmente se sentó al otro lado de la cama, notando que el niño se tensaba pero no se marchaba.

—¿Sabes por qué quiero hablar contigo? —preguntó Ètienne.

—No.

—¿Y quieres saberlo?

Luka titubeó. Recelo, confusión, inseguridad. Añoranza. Quería volver con su hermano. Quería que lo dejaran tranquilo. Al final, el niño asintió.

—Muy bien —respondió el hombre—. ¿Recuerdas viajar mucho con Kaiden?

Tha. Sí.

—¿Me lo quieres explicar?

El pequeño parecía desconcertado, pero finalmente dijo:

—Caminamos mucho. Vamos por todas pates. Me cuida y me da comida. A veses...

—¿Sí?

—A veses entamos en casas. Pero no son de nade.

—Ya veo. ¿Y cómo te hace sentir todo eso? Viajar tanto.

La pregunta no hacía falta. Mientras el niño recordaba, Ètienne leía lo que le provocaba igual que si fuera un libro.

Dejó que Luka parloteara sobre ello. No le entusiasmaba caminar, pero ahora no lo hacían tanto. No dormían al raso, aunque no había estado tan mal. Echaba de menos la tienda de campaña, pero la dejaron en el bosque.

Recordaba la tienda, y también aquel bosque, aunque ignoraba el nombre o la ubicación. No sabía muy bien dónde habían estado, pero no le importaba. Era la vida que recordaba.

No le importaba desplazarse. No obstante, Ètienne le preguntó si le gustaría tener un hogar, como otros niños, y aunque Luka se encogió de hombros, su corazón decía que sí.

—Luka —llamó con suavidad—, ¿qué hay de tus padres? —Él lo miró con desconcierto—. Como Helen y Talya.

—Eran buenas.

—Sí que lo eran. Eran las madres de Michael, Sonja y Curtis. Pero tú también tienes padres, ¿no es así?

—Kai.

Ètienne sonrió.

—Kaiden es tu hermano —le recordó—, no tu padre. —Luka se encogió de hombros—. Me refiero a tus padres. ¿Te acuerdas de ellos? Un hombre y una mujer que vivían con vosotros antes de viajar.

—No.

—Inténtalo.

—No.

Comenzó a asustarse. ¿De qué? Ètienne no se volvió para mirarlo, porque eso solo lo alteraría más, pero no le temía a él; temía, desde luego, lo que había escondido debajo, en su subconsciente, puede que más allá de su propia memoria.

—¿Te acuerdas de cuando empezasteis a viajar? —preguntó suavemente.

—No.

Las luces parpadearon. El hombre ya sabía que aquel niño volvía locas las lámparas cuando se ponía nervioso.

—Está bien.

Daba igual. Ètienne no era mentalista, sino empático. Daba igual que Luka no recordara activamente; su corazón sí que lo hacía. No había apego hacia la figura paterna, pero sí cierto recelo. No estaba seguro de lo que había pasado, porque ni siquiera se acordaba de cuándo empezó su viaje.

Tenía poco más de tres años cuando fue descubierto. Había pasado casi uno entero desde entonces, así que era difícil que tuviera consciencia de nada anterior a los viajes por carretera con su hermano como única compañía.

El miedo estaba ahí, latente, y Ètienne sabía que saldría a la luz. ¿O tal vez ya lo había hecho? Pensativo, el hombre decidió que sus sesiones con Kaiden tendrían que ser mucho más largas.

Lluvia de Marzo: El Otro LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora