Viernes 4 de Enero de 2002, Bruselas

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Las navidades pasaron, y con ellas, el fin del idilio. No pueden quedarse en esta familia, todos lo saben, y hay que pensar en un nuevo destino. Este se encuentra en Carcassonne, y su guía acaba de llegar a la casa de Bélgica.


Étienne valoraba la soledad, pero sobre todo valoraba el silencio. Incluso en la más sagrada de las bibliotecas, él oía un ruido ensordecedor.

No eran voces, no obstante. Ni siquiera eran pensamientos. Étienne, al contrario que Carlos Aldana, tenía una empatía que resultaba difícil contener. Él siempre sentía, como quien tiene los ojos abiertos, y cerrar sus sentidos era como contener el aliento: podía aguantar unos segundos, un minuto, ¿pero una hora? ¿Dos? ¿Días enteros?

Así que vivía solo y mantenía contacto a través de Invisibilia y carta.

No obstante, sabía que su poder era increíblemente útil. Carlos era un buscador, adiestrado para abrir y dirigir su poder, buscar el miedo y la vergüenza de dotados que se ocultan, que huyen, Étienne, por el contrario, era un terapeuta: se abría a todas las emociones de una persona, casi siempre una víctima, un paciente aterrorizado de sí mismo o del mundo, y trataba las partes más oscuras de aquel dolor.

Aprendía, sobre todo, para tratar el origen de los traumas y las fobias. Buscaba dónde empezaba y proveía pequeños empujoncitos: valor, positivismo, tranquilidad, orgullo. Como empático, debía tener mucho cuidado con lo que provocaba en las personas, pero sobre todo en sus pacientes.

Siempre que era posible, Étienne los recibía en su villa, donde había una menor contaminación emocional. Podía concentrarse en la persona que necesitaba su ayuda.

Por desgracia, no siempre era posible. Viajaba mucho para visitar a pacientes que estaban muy lejos, o no podían abandonar sus casas. La agorafobia no era algo raro entre los dotados asustados.

Aquel era un viaje más. Su misión era evaluar los traumas, fobias y madurez de dos chicos. Uno era dotado, y era muy pequeño, pero el otro, un adolescente de mirada distante y pocas palabras, carecía de poder y era con diferencia el más angustiado de los dos.

Bueno, ¿a quién quería engañar? Étienne se apretó el pecho con ambas manos, aunque sabía que nada iba a controlar el dolor que sentía por dentro. Todos allí necesitaban terapia. Había rencor, decepción, rabia, impotencia y pena. La cantidad de negatividad era tal que se había sentido asfixiado en cuanto entró en la casa.

Intentó volver a centrarse en la persona más tranquila de la familia —Curtis, el más pequeño, que dormía plácidamente en la planta superior—, pero el resto seguían irrumpiendo.

El hombre suspiró y se dio la vuelta. Era evidente que no iba a dormir esa noche.

Lluvia de Marzo: El Otro LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora